La idea de que el malo es el acreedor y no el deudor moroso está muy arraigada en el resentimiento fracasado que pasa por identidad nacional en Argentina.
Nadie está exento de situaciones en la que se hace imposible cumplir con un contrato o pagar una deuda. En ese caso, lo que corresponde es actuar de buena fe y sentarse a negociar con la otra parte o con el acreedor. Es lo que diferencia a una persona bien nacida de un mentiroso, ladrón y estafador.
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