Sep 30, 2004

Medio Oriente ante el relativismo moral

30 de julio de 2004
Noticias Opinión Nota

Medio Oriente ante el relativismo moral
Por Carlos Escudé
Para LA NACION

Decir que Israel tiene mala prensa no es novedad para nadie. Para las mayorías del Occidente actual, y también para la Corte Internacional de Justicia, el Estado judío se merece su mala imagen mediática. Como es sabido, el muro que está levantando para protegerlo del terrorismo palestino ha sido condenado por La Haya.

.La barrera intenta limitar el tráfico masivo y permanente de palestinos de uno a otro territorio para impedir la infiltración de hombres-bomba. No obstante, la Corte interpreta su construcción como un incumplimiento de obligaciones hacia las poblaciones de territorios ocupados en tiempos de guerra. Ha dictaminado que Israel debe interrumpir las obras y desmantelar lo que ya fue erigido. "Es una victoria para el pueblo palestino y para todos los pueblos libres del mundo", exclamó, exultante, Yasser Arafat.

.Más allá de la opinión que se tenga respecto de esta acotada cuestión técnica, parece claro que rige un notable doble estándar en las severas exigencias de las instituciones de la comunidad internacional cuando de evaluar presuntas transgresiones de Israel se trata, frente al silencio respecto del auspicio del terrorismo por parte de las autoridades palestinas. Dicho apoyo está sólidamente documentado. Incluye tolerancia de los campos de entrenamiento guerrillero (incluso para niños) y complicidad tanto en el contrabando de armas como en el adoctrinamiento escolar por medio de textos que exaltan el odio anti-judío y el suicidio místico asesino.

.A pesar de todo, la Autoridad Palestina es raramente condenada, mientras que Israel lo es cotidianamente. Si los palestinos son cómplices de sus organizaciones terroristas, son disculpados por la opinión pública occidental, porque la de ellos es la violencia de los débiles y desarmados. Al público parece no importarle que el terrorismo de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa responda, en última instancia, a Yasser Arafat. Desestima la complicidad de éste con Hamas, como también el potencial destructivo de esta organización. Los palestinos no poseen armas de destrucción masiva. Por lo tanto, matan suicidándose. Hay mucha gente occidental para quien esto resulta casi justificable.

.En esta asimetría, la amnesia juega un papel importante. Permanentemente se olvida que si no existe un Estado palestino es principalmente porque los mismos palestinos se negaron a crearlo cuando, en 1947, las Naciones Unidas decidieron la partición del Mandato Británico en esas tierras. Se aduce que el Estado de Israel es una implantación artificial, a la vez que se deja en el tintero que ya a mediados del siglo XIX más de la mitad de la población de Jerusalén era judía.

.Por cierto, la manipulación de la información por parte de cierta prensa y la vigencia de filtros perceptivos en las grandes mayorías, pasa sobre todo por lo que no se analiza, por lo que omite. ¿Imagina el lector un solo combatiente palestino que se rebele contra las órdenes de sus autoridades por objetar una práctica violatoria de derechos humanos, como ha ocurrido numerosas veces con militares israelíes? En el improbable caso de que ocurriera, jamás nos enteraríamos, porque sería linchado mucho antes de que su postura llegue a la prensa. El derecho natural a la desobediencia cívica no merece contemplaciones en la cultura palestina ni en la más amplia cultura musulmana, al punto de que a ningún soldado de ese origen se le ocurriría siquiera hacer un planteo análogo al de los veintisiete pilotos israelíes que, en septiembre de 2003, declararon su negativa a realizar bombardeos en los territorios ocupados. Pero esto no sólo pasa inadvertido, sino que la ausencia de una fuerte y visible disidencia palestina ante la complicidad de Arafat con el terrorismo a veces es interpretada como una evidencia más de la justicia de la causa palestina. De una manera inconsciente, la ausencia de oposición tiende a percibirse como virtuosa.

.No obstante, el hecho empírico de la abismal diferencia entre ambas culturas y prácticas políticas no puede negarse. La disidencia israelí condena prácticas de su Estado que considera objetables y se expresa, al punto de acudir a la desobediencia pública. La disidencia palestina, ante la complicidad de la Autoridad Palestina con las prácticas terroristas de diversas organizaciones de ese origen, si es que se expresa, lo hace de la manera más discreta, pues en su cultura el derecho natural a la revuelta frente al orden propio es negado de plano. El Estado de Israel se equivoca y comete crímenes, pero los israelíes pueden expresarse y lo hacen. La Autoridad Palestina se equivoca y comete crímenes, pero los palestinos no tienen ni remotamente la misma libertad para expresar su disenso y rebelarse.

.Visto desde esta perspectiva, aunque algunas políticas israelíes puedan merecer la desaprobación y hasta la condena de Occidente, Israel es cultural y políticamente parte de una civilización para la cual la existencia del Estado se justifica sólo en la medida en que defiende los derechos de sus ciudadanos: éstos son sus valores, aunque por momentos transgreda e incluso traicione sus principios. En cambio, por más que en ocasiones declame lo que Occidente le exige, los valores de la Autoridad Palestina son otros, infinitamente más autoritarios. Cuando en sus circunstancias actuales apela al terrorismo, es fiel a sus principios. No los viola.

.Este contraste nos lleva a una reflexión más general, que es pertinente para una amplia gama de conflictos contemporáneos. La humanidad posmoderna enfrenta una disyuntiva y una paradoja. Si todos los hombres y mujeres tenemos los mismos derechos, entonces todas las culturas no son moralmente equivalentes, porque hay culturas que no reconocen, ni siquiera en principio, la vigencia de unos derechos humanos universales. Si, por el contrario, todas las culturas son moralmente equivalentes, entonces todos los hombres no tenemos los mismos derechos, porque hay culturas que adjudican a algunos hombres más derechos que a otros. Podemos dar por válida una u otra de las afirmaciones precedentes, pero ambas no pueden ser verdaderas al mismo tiempo.

.Quienes creemos que todos los hombres y mujeres tenemos los mismos derechos esenciales no podemos aceptar la equivalencia moral de las culturas sin incurrir en una contradicción lógica. El Estado de Israel puede cometer múltiples errores e incluso crímenes, pero en tanto reconoce la vigencia de derechos humanos elementales, pertenece al estrato de culturas que son moralmente superiores.

.El autor es doctor en Ciencias Políticas (Universidad de Yale) e investigador principal del Conicet

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