14/10&04
Columnista invitado / Carlos Mira
Vergüenza por lo correcto
Analizar los hipotéticos escalones de degradación de los países es un ejercicio doloroso, pero necesario, para tratar de comprender dónde estamos parados. Lamentablemente, el análisis parece demostrar que hemos llegado al punto más bajo: no sólo lo que está mal es preferido por sobre lo que está bien, sino que aquellos que aún creen en lo correcto comienzan a sentirse avergonzados de sus valores.
Si pudieran escalonarse los niveles de la degradación de los países, bien podrían anotarse tres de ellos con relativa claridad.
Un primer nivel comienza con los inconvenientes que una sociedad puede presentar para distinguir lo que está bien de lo que está mal. Se trata de una instancia de por sí grave, porque, claramente, si las personas no pueden manejar con naturalidad un sistema de valores que indubitable e inconscientemente las lleve a preferir lo correcto a lo incorrecto, el país comenzará a estar a la deriva de la suerte y las veces en que las decisiones se inclinen hacia lo que está mal o hacia lo incorrecto, el país sufrirá severamente las consecuencias.
En este nivel de degradación es aún posible actuar, porque lo que reina es la confusión. Con ser grave la instancia –porque es evidente que se llegó a ella fruto de una inseguridad profunda respecto de los buenos valores de la vida- hay todavía una puerta de esperanza: uno apuesta a que aclarada la visión, momentáneamente confundida, todo vuelva a la normalidad y el país comience nuevamente a resolver disyuntivas y alternativas en función de un orden de valores apoyado en el bien y en lo correcto. Para ello habrá que educar en el buen sentido y preocuparse por difundir y trasmitir los valores de las personas de bien.
Un segundo nivel de degradación se alcanza cuando la sociedad, anoticiada ya de lo que está bien y de lo que está mal, empieza a preferir voluntariamente lo que está mal. En esta instancia la vuelta atrás comienza a ser muy dificultosa. Si las personas no están confundidas respecto de lo que corresponde sino que voluntariamente prefieren hacer lo que no corresponde, entonces el país está perdido. No sería de extrañar que comience a desarrollarse cierto sentido de orgullo por preferir lo que está mal. Incluso es bastante normal que estas sociedades inviertan una enorme cantidad de energía nacional en tratar de demostrarle al mundo que no es cierto que ellas prefieren lo que está mal, sino que lo que está bien y lo que está mal son cuestiones relativas y que como a otros puede parecerle mal lo que ellas prefieren, a ellas les parece bien (y viceversa).
Esta relativización del bien y del mal es típica de las sociedades que han alcanzado este estadio de degradación. Incluso el proceso de relativización adquiere la terminología y las formas de las discusiones democráticas: las diferencias de parecer entre lo que está bien y lo que está mal deben aceptarse como diferencias naturales de la vida en democracia.
El reinado de un orden mínimo de convivencia civilizada empieza a desmoronarse por completo. Ninguna autoridad es reconocida y la capacidad de hacer valer la cordura y la razonabilidad se ve notoriamente disminuida. Incluso, las personas de bien que, por supuesto, no tienen inconvenientes en distinguir lo que está bien de lo que está mal y que prefieren voluntariamente lo que está bien, comienzan a experimentar una sensación extraña y de manifiesta incomodidad para relacionarse socialmente. Es normal que muchas de ellas comiencen a caer, entonces, en el primer nivel de degradación descrito más arriba, esto es, a tener dificultades en distinguir lo que está bien de lo que está mal. Muchas de ellas, incluso, comenzarán a optar por lo que está mal aún en contra de sus propios valores, pero simplemente para poder seguir interactuando en una sociedad gobernada por el disvalor.
Este camino nos dirige velozmente hacia el tercer y último escalón de la degradación, caracterizado por el sentimiento de vergüenza que sienten las personas por lo que está bien y por lo correcto. Es tal el dominio cultural del disvalor que los buenos valores comienzan a resultar vergonzantes para aquellos que aún los cultivan. En este punto los avergonzados callarán, disimularán y finalmente se rendirán.
Seguramente la rendición significará que incluso las personas bien pensantes comenzaran a manejarse según pautas disvaliosas. Demás está decir que, alcanzado este punto, toda posibilidad de resuperación resulta imposible.
¿No hemos alcanzado en la Argentina este nivel de disparate? Cuando el gobernador Solá, por ejemplo, no logra sostenerse en su decisión de erradicar a un conjunto de inmigrantes ilegales, que ocupan ilegalmente un predio público en la provincia de Buenos Aires para comercializar mercadería robada y, por el contrario, se allana a revisar su decisión por motivos “sociales”, siendo permeable, incluso, al lobby de dos embajadores extranjeros, ¿no estamos en presencia de un típico “inseguro respecto de lo que corresponde” que a la primera presión da marcha atrás, sin convicción suficiente como para decir “no, señores, ustedes son una manga de delincuentes y lo que corresponde es que se vayan ya de ese lugar”?. Cuando la policía en el medio de la platea (no entre la barra brava de una tribuna) de un estadio de fútbol que se prepara para ver a su selección nacional no puede hacer valer los derechos de los ciudadanos que compraron sus entradas numeradas y que encuentran, al llegar, sus lugares ocupados por “matones” supuestamente pertenecientes a la parte “sana” de la sociedad, ¿no estamos en presencia de un monumental desorden de respeto en donde ni un uniformado puede poner las cosas en su lugar? Cuando, justamente, las personas que supuestamente por su educación y capacidad económica integran la parte “sana” de la sociedad ocupan los lugares de otros y, al pedírseles que se retiren, hacen gala del típico “matonismo” argentino, ¿no comprobamos que los valores de lo que está bien y lo que está mal se han perdido por completo, incluso, en donde sería de presumir que aún existen?
Cuando uno analiza los escalones que la historia ha marcado para la degradación de los países, tiene la fea sensación de que en la Argentina estamos muy cerca de haber pasado ya por todos ellos.
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