Canadá es un país con una calidad de vida extraordinaria. No es una cuestión sólo de nivel de ingresos, aunque es una condición “sine qua non”. Está relacionado además con los bajos índices de criminalidad, un ambiente de trabajo más distendido, el acceso a la salud, los grandes espacios abiertos, la vida en condiciones menos populosas.
Estoy convencido que no hay ningún motivo objetivo por el que Argentina no pueda acceder a un nivel de vida similar al de Canadá. De hecho, hace unos 100 años, los ingresos per capita de nuestro país eran comparables a los de este.
Hay muchos aspectos en los que la historia de Canadá es muy similar a la de Argentina. Ambos son países netamente de inmigrantes, grandes productores agropecuarios, tuvieron dificultades para organizarse como países independientes, hasta podemos encontrar ciertas similitudes geográficas y de composición étnica de la población.
El único motivo por el que Argentina hoy tiene un ingreso per capita unas 10 veces menor que el de Canadá es nuestra forma de encarar la vida. Me refiero a un problema de actitud (con c) y no de aptitud (con p).
El año pasado nos invitaron a la fiesta de Navidad organizada por la iglesia de unos amigos. Se realizaba en un enorme gimnasio cerrado, del tamaño de dos canchas de básquet. Éramos aproximadamente unas 1000 personas, la gran mayoría nativos o residentes de Québec, sentadas en largas mesas con tablones. A lo largo de uno de los extremos del salón, habían puesto una mesa con la comida y el sistema era autoservicio. Como se imaginaran, la cola para la comida era colosal.
Sin embargo, nadie se adelantaba, no hubo gritos, empujones, peleas, todo se desarrolló en un ambiente extremadamente cordial, con muchísima paciencia, la gente charlaba amablemente mientras hacia la cola y esperaba su turno, ningún incidente. Nadie se abalanzó sobre la comida, nadie se llenó el plato a más no poder y después tiró comida por todos lados, nadie se peleó ni se escucharon insultos ni gritos.
A los pocos días, nos invitaron a otra fiesta de Navidad, esta vez organizada por un organismo local que se encarga de recibir a los inmigrantes. Los invitados eran es su gran mayoría inmigrantes de la zona, gente de todo el mundo, la gran mayoría de Latinoamérica, Asia y ex colonias francesas de África.
Esta vez se trataba de un salón mucho más chico, con no más de 300 personas. Sin embargo, desde la entrada todo fue distinto. Mientras esperábamos a la entrada para que nos den las etiquetas con el nombre, varias personas se “colaron” por un costado para no esperar. Los organizadores pedían por favor por el micrófono que se sienten, que esperen su turno, que no se abalancen sobre la comida. Prácticamente no se podía hablar del nivel de ruido que había, gritos, empujones, comida tirada en el piso.
A pesar de que nos habían repartido colores y números para los regalos de los niños, la gente se apretujaba junto al escenario en lugar de esperar que los llamaran. Hacia el final de la reunión, mucha gente se abalanzó sobre las mesas donde estaba la comida para llevarse lo poco que quedaba, restos de tortas, galletitas, paquetes abiertos de papas fritas. Peleas, discusiones, empujones, gritos y risotadas.
Las dos experiencias nos dejaron impresiones muy diferentes. Desde mi punto de vista no se trata de un problema de infraestructura, de organización o de ingresos. Tampoco está relacionado con la inteligencia o el nivel educativo formal. Se trata de valores, de una forma de encarar la vida, de enfrentar la realidad. Los resultados van a ser muy diferentes según cuál sea la que predomine en una sociedad. La cultura del “todo vale”, "todo da lo mismo”, el deseo permanente de sacar ventaja, como sea, en lo que sea, no importa si me sirve o no puede resultar muy atractiva en el muy corto plazo, pero los resultados no serán tan alentadores en el mediano y largo plazo.
Se trata de la diferencia entre la viveza y la inteligencia. Como dice Juan Carlos de Pablo, un vivo es una persona capaz de salir de una situación en la que alguien inteligente jamás hubiera caído.
Debemos entender que cuestiones como la puntualidad, el respeto por lo demás y su propiedad, la consideración, la amabilidad, la moderación no son temitas menores que no le importan a nadie. Se trata de cuestiones centrales, que hacen a la diferencia entre el éxito y el fracaso como personas y como sociedad.
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