Muy interesante descripción de lo que es vivir en Cuba, un país entre tantos donde están dispuestos a sacrificar la racionalidad en la hoguera ideológica. En Argentina todavía no llegamos a estos extremos, no por falta de méritos, sólo porque todavía no tuvimos tanto tiempo para perseverar:
Cuando uno lleva tiempo viviendo en Cuba adquiere la costumbre de no sorprenderse por nada. Es bueno para la salud, y llega a convertirse en una ley sagrada cuando finalmente aceptas que la mezcla de Caribe y socialismo no es natural. Aún resuena el caso de un ministro que hizo obras de brujería y sacrificó pollos y cabritos a ciertas divinidades africanas para que favorecieran su entrada al Buró Político del Partido Comunista, la cuna del ateísmo. Y en los años sesenta, un funcionario del Gobierno cubano compró en Moscú una partida de máquinas quitanieves.
En la película Los sobrevivientes, del desaparecido cineasta Tomás Gutiérrez Alea, una familia habanera se zampa con cuchara los restos de una tía exiliada; sus cenizas, camufladas en un sobre de sopa instantánea, habían sido enviadas por la parentela de Miami para cumplir el último deseo de la señora: reposar en Cuba. Lo mejor de la escena es que no era una broma de Alea: el accidente ocurrió en realidad.
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