El punto de vista de James Neilson:
Si nos atenemos a los hechos tal y como los registra el Indec, toda la palabrería progresista de los años últimos ha servido como una espesa pantalla de humo detrás de la cual los peronistas que desplazaron al radical Fernando de la Rúa se las han ingeniado para instrumentar la mayor transferencia de recursos en favor de los ya más afortunados que recuerda la historia del país. En comparación con ellos, los militares y los menemistas fueron igualitarios fanáticos. Aunque el producto bruto nacional se aproxima al nivel alcanzado en los años noventa, la proporción de pobres e indigentes se ha duplicado o más, lo que quiere decir que el reparto actual es espectacularmente menos equitativo de lo que fue antes de la caída hace ya casi tres años y medio de lo que aún quedaba de la Alianza.
Puede que ni Lavagna ni Kirchner se hayan propuesto acelerar la latinoamericanización de la Argentina, pero sucede que, lo mismo que el caudillo bonaerense Eduardo Duhalde, los dos son productos de una clase media que está tan acostumbrada a medir su propio consumo según pautas primermundistas que a sus integrantes les cuesta entender que conforme a las locales son personas muy privilegiadas. A juicio de Lavagna, lo que es bueno para los productivos bonaerenses es bueno para el conjunto, de ahí su apego obstinado al dólar recontraalto y a los salarios bajísimos. A aquel de Kirchner, importan decididamente más que la realidad desoladora de un país en que aumenta mes tras mes la cantidad de excluidos de por vida las teorías de moda de parte de la intelectualidad burguesa urbana, estamento que es ducho en el arte útil de reivindicar sus conquistas sectoriales, como el supuesto derecho a una educación universitaria baratísima, jurando que benefician a los más pobres.
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