May 10, 2005

La Argentina Autófaga

Una nueva columna de Jorge Asís, increíblemente la única persona que escucho que se anima a decir estar cosas en pleno apogeo del kakismo:

A determinados izquierdistas del periodismo nostálgico, que se agrupan tal vez en el periodismo ministerial, Vulgarcito supo conformarlos con el caramelo de madera de un Museo, y con el ridículo enceguecedor de un banquito humillante.

A otros, empresarios, aventureros repentinamente poderosos, pudo doblegarlos con el vigor de una pauta publicitaria.

La cuestión que Kirchner logró, con Museos y Pautas, que hablar de política hoy, en la Argentina autófaga, consista en hablar de él. A pesar, incluso, de la fantástica irrelevancia de su personalidad. Con su sistema de ideas inexistente, apenas consultado con un maoísta arrepentido que cometió infantiles desastres con la justicia de Santa Cruz, y con una Vampiresa que es, más que una carta de triunfo, la expresión de una hueca vulnerabilidad.

Alarma entonces que determinados grandes medios de expresión tradicional, tanto impresos como audiovisuales, se dediquen a competir, en la Argentina autófaga, pero masacrándose por sus asuntos exclusivos de negocios que nada tienen que ver con el ejercicio del periodismo. Ni con una sola idea, siquiera aproximada, del concepto de verdad.

Por lo tanto, los mercaderes de la información, que se desgastan para quedarse con canales de cables, aceptan, sin mayores reparos, y con una docilidad proverbial, un sistema comunicacional basado en un monólogo político que carece del encanto de los de Enrique Pinti.

Porque ¿cómo se construye la información en la Argentina autófaga? La comunicación oficial es de un primitivismo estremecedor. Se limita a la monotonía de discursos emitidos por Vulgarcito en actos intrascendentes donde se anuncian obras en alguna parte, en la sala de conciertos progres del Salón Blanco, en alguna provincia de gobernador amigo que ofrezca réditos de plebiscitación, o en el conurbano más mercenario de intendentes que se le prenden como garrapatas a la billetera. En tales magnos acontecimientos, el César de cera se dedica a despotricar contra algún adversario fantasmal y perfectamente suplantable por otro de los tantos. Puede ser el caballito de batalla del FMI (al que se le paga mejor que a nadie), o contra el desliz locuaz de un cura, o clásicamente contra los noventa, mientras que, por reiterados, los operativos pierden en contundencia y ganan en aburrimientos.

Y ya no solamente no se le puede repreguntar al mandatario. Ni siquiera se le puede preguntar. Y si no se le puede preguntar es simplemente porque el hombre se encuentra incapacitado para intentar la emisión de siquiera una respuesta, acerca de infinidad de temas de los que carece ya hasta de pretextos argumentales.

Porque no se trata solamente de los fondos desaparecidos de Santa Cruz. Ni siquiera de la proliferación de la marroquinería política. Vulgarcito no tiene respuestas para una cantidad de reclamaciones puntuales que oportunamente se tratarán desde JorgeAsísDigital.

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