La columna de James Neilson:
Cada vez más indignado por la existencia misma de Eduardo Duhalde, "Chiche" y lo que aún queda del aparato que supieron construir, el presidente Néstor Kirchner dijo que la pareja no sólo vendió la provincia de Buenos Aires, sino que también destrozó económicamente al país. Aunque tal afirmación es incompatible con la adhesión apasionada del gobierno kirchnerista al "modelo" económico duhaldista, es evidente que en cierto modo el santacruceño tiene razón. Fue en buena medida gracias al clientelismo y amiguismo propios del gobierno bonaerense de Duhalde que el "modelo menemista" se vino abajo.
Con todo, Kirchner se equivoca si supone que el estado lastimero de aquella "provincia tan potente" que debería ser Buenos Aires puede atribuirse a nada más que los estragos causados por un "huracán" o "vendaval" llamado Duhalde. Ni Buenos Aires ni la Argentina en su conjunto se vieron arruinadas debido a las barbaridades perpetradas por un puñado de individuos con nombre y apellido. Antes bien, la Argentina nunca logró desarrollarse como hicieron otros países culturalmente afines como Italia y España o de conformación geográfica equiparable como Australia y el Canadá, por motivos que tienen que ver con la vigencia de una tradición política que heredaron millones de personas.
El que el enfoque de Kirchner y de muchos otros sea erróneo dista de ser un asunto menor. Por el contrario, el mito persistente de que la Argentina se depauperó debido a las malas artes de personajes que están vivitos y coleando siempre ha actuado como un veneno paralizante. Si todo fuera culpa de Duhalde, Carlos Menem o Ricardo López Murphy, para mencionar sólo a los blancos habituales de los misiles verbales kirchneristas, "solucionar" los problemas planteados por la condición desafortunada del país sería sencillo: bastaría con castigar en las urnas a los responsables de la debacle para entonces confiar el manejo de la economía a personajes más dotados o, cuando menos, mejor intencionados. Pero por desgracia el tema es infinitamente más complicado: el atraso argentino es la consecuencia previsible de una cultura política que está tan profundamente arraigada, que la mayoría de los habitantes del país siente que es la única concebible. Por lo tanto, proponer "soluciones" prácticas que podrían contar con el apoyo de la mayoría es una tarea extraordinariamente difícil.
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