Lo digo siempre, Canadá es un país de una calidad de vida extraordinaria que sería el sueño erótico de cualquier argentino. No es sólo una cuestión de ingresos, también tienen que ver otras cuestiones como la seguridad, los grandes espacios abiertos, el estilo de vida distendido, la escasa población y demás.
Pero Canadá en muchos sentidos es un país socialista. Es un país socialista básicamente porque se puede dar el lujo de serlo. Es decir, el nivel de productividad de la economía canadiense es tan alto que permite que sean sostenibles ciertos niveles de ineficiencia en algunos sectores. Entre los más notorios y graves está el sistema de salud, una gran vergüenza nacional.
Pero la cosa no termina ahí. Tal vez uno de los casos más surrealistas sea el monopolio estatal de la venta de alcohol. En Canadá, el estado a nivel provincial tiene el monopolio de la venta y distribución de todas las bebidas alcohólicas. En la provincia de Québec, que es más avanzada que el resto en ese sentido, el sistema es un poco más laxo y los supermercados venden no sólo cerveza, como en las otras provincias, sino también algunos vinos y espumantes. Si se nos antoja tomar un viejo y peludo Jack Daniel’s, o un siempre popular Gancia con Campari, debemos marchar rumbo al negocio del SAQ más cercano y gatillar como si se tratara de una ánfora romana rescatada del Mediterráneo por el equipo del Titanic.
Por supuesto, por tratarse de un monopolio, estatal en este caso, y por la cantidad de impuestos que recibe esta mercadería, las bebidas alcohólicas son absurdamente caras. Por ejemplo, una botella de vino que no la usaríamos ni para agregarle a la comida en Argentina, en esta zona no baja de los 8 dólares CAD en oferta y con toda la furia.
Como no puede ser de otra manera, todas estas distorsiones no alcanzan para evitar que el consumo de alcohol, sobre todo entre los adolescentes, sea un problema serio. Sobre todo si tenemos en cuenta las personas que conducen alcoholizadas. No manejo las cifras concretas, pero hasta donde se el problema en Québec es menor que en otras provincias y en los EEUU.
El objetivo natural de limitar la venta y distribución de bebidas alcohólicas y de los impuestos altos es controlar el consumo. La idea es que el sector privado es demasiado incompetente e irresponsable como para hacerse cargo de algo tan serio como la venta de alcohol. Hace falta la tutela estatal para poner las cosas en su lugar.
Pero hete aquí que todas las semanas recibo los folletos del SAQ con las ofertas de vinos, whiskies y demás bebidas. Este organismo participa activamente en el auspicio de eventos culturales, como exposiciones y eventos, y se dedica agresivamente a publicitar sus servicios.
Tal vez no sea lo suficientemente sofisticado del todo para entender, pero me parece que por lo menos hay una petit contradicción en crear un organismo burocrático para limitar el consumo de un producto en particular y que después se dedique a hacer publicidad masiva de ese mismo producto.
La sigo después.
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