La base de los modelos de sustitución de importaciones, como el que se puso en práctica nuevamente después del golpe de 2001, es el tipo de cambio artificialmente alto. Sin un dólar alto, o lo que es lo mismo, una Argentina pobre, todo el esquema colapsa inmediatamente, en lugar de ser sostenible por un tiempo.
Ya antes de las elecciones se hablaba del tipo de cambio real. Muchos analistas coinciden en que, después de la inflación acumulada desde la devaluación, en términos reales un dólar equivale a menos de un peso con cincuenta centavos. Esos valores hacen que se estén agotando los efectos anestésicos del modelo y que muchos sectores ya estén haciendo lobby para una nueva devaluación que les permita mantener el esquema.
Como ya anticipaban muchos analistas, el gobierno volvió a caer en la misma disyuntiva de siempre cada vez que se aplican estos modelos. Si permite la reevaluación natural del peso, el esquema de sustitución de importaciones se vuelve insostenible, pero si mantiene artificialmente alto el tipo de cambio, se dispara la inflación.
Muchos se preguntaban qué iba a pasar con el dólar después de las últimas elecciones legislativas. La conclusión es que a todos estos experimentos populistas siempre los terminan pagando los consumidores.
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