Nov 27, 2005

Mentalidad de Víctima

Marianito, impecable en su columna de hoy:

El resentimiento en las relaciones internacionales

Por Mariano Grondona

Hay una pasión que, pese a afectar poderosamente a la vida política, casi no se menciona. De esta pasión "no se habla", ya que da cierta vergüenza mencionarla. Pero aun así hay que hablar de ella cuando, si no la tuviéramos en cuenta, resultaría imposible describir comportamientos de otro modo indescifrables. Esta pasión, raramente confesada, es el resentimiento.

En su magistral estudio sobre el resentimiento, el filósofo Max Scheler lo definió como una venganza diferida que se instala en el alma cuando un ser débil se siente superado por un ser fuerte, pero, precisamente porque es débil, no puede responderle. El movimiento de la retribución que de otro modo saldría a la luz queda entonces atrapado dentro de él, intoxicando su mente. El débil se cuenta a sí mismo de ahí en más una historia que refleja su perturbación interior pero que lo aleja, al mismo tiempo, de la realidad circundante.

Supongamos que un país militarmente eficiente derrota a un país militarmente ineficiente. Como el país vencido no puede devolver la ofensa, cambia la historia, diciéndose a sí mismo: "Me venció con trampa". El hecho es que no lo vencieron por esta razón. Si el vencido estuviera libre de resentimiento, analizaría objetivamente las causas de su fracaso y quedaría en condiciones de aprender, de mejorar. Pero, como quedó "resentido", deforma los datos de la realidad para que se ajusten a su inconfesada pasión. El resultado será una segunda derrota.

Tomemos como un caso libre de resentimiento el de Japón después de Hiroshima y Nagasaki. En vez de clamar al cielo, la clase dirigente japonesa se dio cuenta, al perder la Segunda Guerra Mundial con los Estados Unidos, de que desafiarlos militarmente en Pearl Harbor había sido un gravísimo error. Habiendo aprendido esta lección, Japón salió después de la guerra a competir ya no militarmente, sino comercialmente con su vencedor. A la vista de su extraordinario desarrollo ulterior, es evidente que Japón no erró el diagnóstico.

Alemania perdió a su vez la Primera Guerra Mundial a manos de las potencias aliadas porque el káiser Guillermo, dilapidando la herencia de Bismarck, se condujo con impar torpeza. Pero la arrogancia de los vencidos les impidió el análisis objetivo de su derrota. Quedaron resentidos. De esta pasión deformante surgieron Hitler y su delirante acusación a los judíos por la derrota. Los trágicos resultados fueron el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, en la que Alemania sufrió una derrota aún más aplastante que la anterior.

La conclusión de estos dos ejemplos es contundente: mientras que el vencido racional aprende y mejora, el resentido, nublando su lucidez, se daña a sí mismo.

El Norte y el Sur

La tesis de Max Scheler se aplica a un sinnúmero de casos internacionales. Pensemos, por ejemplo, en América latina. Cuando los Estados Unidos ya superaban ampliamente a los latinoamericanos, surgió entre nosotros la llamada teoría de la dependencia, que culpó a los vencedores por nuestro fracaso en lugar de examinar objetivamente las causas de su éxito.

Si hubiéramos explorado con lucidez estas causas, habríamos hecho como Sarmiento o Alberdi, quienes trazaron una hoja de ruta que, mientras fue seguida, le trajo a la Argentina un extraordinario progreso. Pero echarle la culpa al vencedor por nuestros males resultó al fin más fácil porque evitaba el rigor de la autocrítica, reemplazándola con el mito consolador del chivo emisario.

No es que los Estados Unidos no hayan tenido graves culpas en América latina. Ahí está, por ejemplo, la invasión norteamericana de México a mediados del siglo XIX, que dejó al país hermano sin un millón de kilómetros cuadrados. Pero ésta y otras culpas de los norteamericanos por nuestro atraso fueron posibles precisamente porque no habíamos desarrollado, como ellos, nuestras potencias. Suponer que una nación más desarrollada tenía el deber de "perder" frente a una región subdesarrollada fue, en todo caso, ingenuo. Las grandes potencias no se han caracterizado nunca por el ejercicio de la caridad. Frente a ellas, lo que les corresponde a las pequeñas potencias no es culparlas para eximirse a sí mismas de toda responsabilidad, sino aprender de ellas para emularlas, alcanzándolas eventualmente un día en su grado de desarrollo. Así lo están haciendo hoy decenas de naciones europeas y asiáticas, y hasta una tímida vanguardia de naciones latinoamericanas.

La teoría de la dependencia tuvo una vigencia prácticamente universal en América latina durante las décadas de la segunda posguerra, con el efecto hoy visible de enervar nuestra capacidad de aprendizaje, alargando aún más la distancia que nos separa de los norteamericanos.

A partir de esta dura experiencia, caben dos destinos para nuestra América. Uno es, como el Japón de la segunda posguerra, aprender sin apasionamiento a detectar y superar las causas de nuestro fracaso. El otro es, como la Alemania de la primera posguerra, excitar nuestro resentimiento, adentrándonos aún más por el camino del atraso.

Por o contra Chávez

La buena noticia es que varias naciones latinoamericanas están aprendiendo. Cuando firmó el tratado del Nafta, que sextuplicó sus exportaciones en diez años, México, en lugar de seguir lamentándose por su Hiroshima del siglo XIX, obró de un modo racional. Hoy, junto a Chile, otra nación racional, promete ser el primer país latinoamericano que alcanzará el desarrollo.

Pero el testimonio más significativo del aprendizaje latinoamericano es el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, quien, de joven, fue el principal exponente de la teoría de la dependencia. Ya maduro, Cardoso ha guiado a Brasil por la senda de la racionalidad que continúa su sucesor, el ex comunista Lula. Veintinueve naciones latinoamericanas anunciaron en Mar del Plata su voluntad de negociar con el ALCA, naturalmente en términos que les resulten favorables. Cada una de ellas tiene algún agravio con el gigante norteamericano. Todas ellas, en lugar de alimentar el resentimiento, han decidido seguir el camino de la racionalidad.

En el otro extremo, el presidente Chávez levanta la vieja bandera de la teoría de la dependencia. El propósito de Chávez es reemplazar al alicaído Fidel Castro al frente de la rebelión antinorteamericana. ¿No se ha dado cuenta todavía de que Castro, su admirado modelo, ha sumido a Cuba en la más retrógrada de las dictaduras latinoamericanas?

Al dar señales en favor de la "anticumbre" de Mar del Plata, al viajar después a Caracas mientras Lula recibía amistosamente a Bush en Brasilia, anticipando cautelosamente la posibilidad del ALCA, nuestro presidente da indicios inquietantes. El realismo trata de inducirlo todavía en dirección de la racionalidad. Pero su ideología juvenil, aún vigente, lo vuelve sensible a la retórica de Chávez. Las ideologías son anteojeras que nos escamotean la realidad. Si se suman al resentimiento, resultan explosivas. Después de medio siglo de sombría vigencia, la teoría de la dependencia se ha convertido en un anacronismo al que rechazan sus propios creadores. Mirar a Chávez, como seguir mirando a la ideología de los años setenta, es mirar atrás. Dios, empero, no nos puso los ojos en la nuca, sino en la frente.

Link corto: http://www.lanacion.com.ar/759851

1 comment:

  1. muy buena editorial...y sorprendentemente concluye jugándose por una postura (amazing.. porque habitualmente juega de neutral MG!!)
    Me gustó mucho.. no hay nada nuevo, vos Luis venís diciento esto en El Opinador hace bastante, pero la mejor manera de que las ideas calen en la mente de los pueblos es la repetición, no????

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