Dec 22, 2005

Dale alegría a mi corazón

Jorge Ávila trata de explicar algo que debo confesar que aún me cuesta entender. ¿Cómo es posible que todavía haya enormes sectores de la sociedad enamoradísimos con lo que viene pasando en el país desde el golpe a De la Rúa? No me refiero a personas de bajo nivel educativo o de ingresos, sino a supuestos “expertos”, que saben perfectamente (o deberían saber) cuales son las consecuencias del modelito de sustitución de importaciones.

Creo que hay varias explicaciones:

- Por un lado, se trata de sobrevivir. Como en un manicomio, si nos toca vivir en un país como Argentina, en muchos casos quedan sólo dos opciones: sumarse al disparate generalizado o pegarse un tiro. La gente no puede vivir sin esperanza y busca desesperadamente aferrarse de algo, aunque sea tenue.

- Creo que es necesario además tomar en cuenta el efecto acostumbramiento. Nos acostumbramos a todo. Lamentablemente, la arbitrariedad de la tiranía no es lo peor que nuestras sociedades han conocido en la historia. Ese honor se lo lleva la anarquía. Es más fácil acomodarse a la arbitrariedad de una persona que tratar de hacer malabarismos entre miles de tiranuelos.

- Por otro lado, a la gran mayoría de la gente le va mucho peor, pero hay claros ganadores. Entre ellos, los buenos muchachos de la UIA, los heroicos sustituidores de importaciones, a los que les licuamos las deudas, les redujimos los costos laborales a niveles africanos y subsidiamos con la miseria del resto de la sociedad. En la Argentina del “modelo productivo”, los pibes cagan plata, como decía mi papá. Mejor dicho, dólares. Lo más patético de todo es que ante el primer cambio en la ecuación, serán los primeros en sacar la plata del país, como lo hicieron siempre.

- Por último, es necesario admitir que existen amplios sectores que se sienten representados como nunca con el modelo de país actual. En gran medida, la sociedad argentina es profundamente antimodernidad y sufre del mal del “rebelde sin causa”. Somos los eternos "pendeviejos". Señores de 40 y pico, que siguen con el acné, sin poder superar las crisis de la adolescencia. Su lema es “no se lo que quiero, pero lo quiero ya”.

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