Inflación y desabastecimiento
Por Juan Luis Bour
columnista de Ámbito Financiero
Cuando todos los meses tratamos de hallar una explicación de por qué la inflación fue mayor que la esperada, y pasamos de la carne a los lácteos, de la yerba mate a los taxis, y de los alquileres a las verduras, se percibe desorientación. En realidad, no se puede explicar la inflación sobre la base de comportamientos puramente estacionales o de cambios «de única vez». En ausencia de otros factores que «sostengan» los precios más altos, esos episodios estarían lejos de provocar un aumento generalizado del nivel de precios.
Los precios están subiendo, pero no en forma aislada, sino generalizada, tal como lo reflejan los siguientes tres indicadores:
a) El índice de difusión (ID) del «IPC resto», es decir, el porcentaje de productos que suben dentro de todos los que integran el IPC (excepto los regulados y estacionales), supera 85% desde marzo del corriente año. Ese porcentaje era de 50% dos años atrás, y bastante más bajo en períodos de estabilidad de precios.
b) Cayó en lo que va del año el Coeficiente de Variación (CV) del índice «IPC resto», lo que revela que la mayoría de los precios sigue un sendero integrado a la inflación promedio.
c) En noviembre, los productos que forman ese «IPC resto» subieron 1,4%, acumulando 13,5% en los últimos doce meses.
En otros términos, el aumento de precios no se debe a la cartelización de la oferta de algunos sectores, ni se explica por cambios de precios relativos, ya que casi todos los precios suben -excepto los que se encuentran congelados-. Los precios «regulados» crecen sólo a 3,9 por ciento anual, y con ello «aplastan» el índice general. Estamos pues frente a un fenómeno de aumento generalizado de precios, y la explicación de tal aumento debe buscarse en factores macroeconómicos, esencialmente en la política fiscal, monetaria y en las políticas «de ingresos» del gobierno.
Los impulsos macroeconómicos en 2006
Con la política macroeconómica forzando la expansión, la inflación está apareciendo para arbitrar entre demanda y oferta. La respuesta oficial al escenario vigente parece rechazar la idea de moderar la política fiscal y monetaria. Por el momento, sólo se cuenta con la promesa del «fondo anticíclico» por seis meses, aunque no está claro con qué instrumentos se reducirá a la mitad la expansión del gasto primario (31% en octubre, sólo 14% según el Presupuesto 2006). Más bien todo parece indicar que el gasto primario seguirá creciendo a buen ritmo, aunque la inflación ayudará a mantener alto el superávit fiscal. Alto superávit con gasto público en expansión no implican menor inflación.
• Ajustes
Por el momento, no parece que el programa monetario vaya a compensar la expansión fiscal. En este contexto cobra mayor importancia aún la política de ingresos. De acuerdo con recientes declaraciones públicas (y dada la permisividad oficial frente a los conflictos), es probable que el gobierno impulse aumentos salariales que vayan en línea con una nueva recuperación real de los salarios. De tal modo, cabe esperar ajustes por diversos mecanismos-convenios colectivos, salario mínimo, etc.- no menores a 15% anual entre empleados formales privados, y por sobre 12% en el caso de empleados públicos (ello ya implica ajustar al alza las correspondientes partidas presupuestarias). En el caso de los trabajadores informales, la caída en la tasa de desempleo está «secando» la oferta de personal calificado, de modo que -con una economía que se mantiene creciente- los salarios informales recuperarían parte del terreno perdido en los últimos años frente al resto de los salarios. En suma, es probable que los salarios en conjunto se mantengan creciendo a una tasa nominal no inferior a 15%, y que la masa salarial crezca aún más por efecto de un mayor nivel de empleo.
Controles, desequilibrios y políticas de abastecimiento
Con políticas expansivas en lo fiscal, monetario y salarial, la «política de precios» para contener la inflación -ya sea vía controles directos o indirectos (mayores retenciones e impuestos)- es probablemente el principal instrumento que se ensayará, junto con la continuidad de la estrategia de demorar ajustes tarifarios en los servicios públicos. Conviene, sin embargo, recordar que estas políticas de control sólo pueden tener éxito en mercados no competitivos, de modo que una consecuencia de ellas puede ser una mayor demanda por protección (arancelaria y no arancelaria), un incremento de la demanda por subsidios que compensen pérdidas (tal como ocurre en algunos servicios públicos con tarifas congeladas) y el «rebalanceo» de precios desde los segmentos controlados a los libres. Por algún tiempo, esta estrategia puede resultar exitosa en limitar el aumento de los precios de la canasta de consumo que se mide en el IPC, pero no hay razones para suponer que los precios relativos que surgen del congelamiento sean de equilibrio.
En particular no resulta claro cómo, en una economía en la que la demanda supera la oferta y se ponen límites a los ajustes de precios, el mercado encontrará su equilibrio. En una economía relativamente cerrada como la argentina, una posibilidad que puede sobrevenir es el desabastecimiento de ciertos productos. ¿Significa ello que la política de controles de precios tiene etapa ulterior necesaria de controles sobre la producción y el abastecimiento comercial? ¿Es esa la «sintonía fina» que depara la política antiinflacionaria? Existe un alto riesgo de que ello ocurra, en la medida que no se corrijan a tiempo los desequilibrios que hoy ya están visibles.
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