Insisto en que los argentinos nos creemos mucho más especiales de lo que realmente somos. Es cierto que somos únicos y especiales, de la misma manera que lo son los chilenos, bolivianos y brasileros y todas las sociedades del mundo.
Tal vez por su repetición hasta el cansancio, tendemos a creer que hasta nuestros problemas son especiales y únicos. Hasta cuando nos va mal, suponemos que a nadie le va tan mal como a nosotros.
En realidad, los problemas de base de Argentina son comunes a la gran mayoría de países que les va como a nosotros. Por debajo de cuestiones más sofisticadas y técnicas, tenemos un sistema de valores que es resistente al desarrollo. No se trata de una cuestión de aptitud, con “p”, sino de actitud, con “c”. La manera en que encaramos la realidad, las cosas de todos los días, la vida, es en gran medida incompatible con lo que se conoce como modernidad.
Hoy leo en esta editorial en La Nación, otra encuesta sobre cómo se ven los argentinos a si mismos. No se si se trataba del mismo estudio, pero recuerdo que hace unos años se hizo un trabajo similar en todo el país y en varios de la región. Se le preguntaba a la gente sobre cuestiones morales. Por ejemplo, qué harían si encontraran una billetera en la calle con la dirección del dueño o si tuvieran la oportunidad de irse sin pagar de un negocio o de quedarse con un vuelto mal dado.
Los resultados se clasificaban por zona geográfica, nivel de ingresos y educativo. Por lo que me acuerdo, no había una relación clara entre mayor honestidad y nivel de ingresos o educativo. En esto, éramos una sociedad muy igualitaria. La “sacada de ventaja” era generalizada.
Una de las cosas más interesantes que muestra el estudio que menciona La Nación es el grado de confusión en el que seguimos como sociedad. Por ejemplo, entre las “cualidades negativas” de los argentinos, un 47 por ciento menciona al individualismo. Es realmente llamativo que gran parte de la gente aparentemente considere que ser individualista es tan malo como ser ladrones, haraganes, poco confiables. Al mismo tiempo, entre las cualidades positivas se destaca la solidaridad.
Sigo insistiendo con que las sociedades como la Argentina no se caracterizan por su individualismo. Somos extremadamente individualistas con los beneficios pero nuestra tendencia es a socializar los costos. Si me va bien, el merito es mío, si me va mal, la culpa es de los demás. O la versión de los muchachos de la UIA, la plata que gano sustituyendo importaciones es para mí, el costo de cerrar la economía y que seamos todos más pobres es de la sociedad.
De la misma manera, soy mucho menos magnánimo en mi punto de vista sobre la supuesta solidaridad de la sociedad argentina. Es realmente difícil para mí considerar solidaria a una sociedad con los índices argentinos de evasión impositiva y previsional. Cualquiera que haya caminado por una calle en una ciudad argentina y haya visto desde basura y papeles hasta excrementos de perro, la manera en que conducimos, el trato que nos damos, va a tener serias dudas sobre cuán solidarios somos.
Creo que algún día debemos madurar como sociedad y, como dice Mariano Grondona, empezar a aspirar a una moral media, basada en el respeto y terminar con la hipocresía generalizada de una “moral supererogatoria”, basada en una supuesta “solidaridad”.
Honestamente aspiro a un país en donde la gente se respete a rajatabla en lugar de “amarse entrañablemente”.
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