Sobre vientos y tempestades
Pascual Albanese
No hay nada en el mundo más próximo a la Argentina que Uruguay. Ambos países constituyen una unidad geográfica, económica y cultural de hondas raíces históricas. Si la inserción de un país en el escenario mundial pudiera medirse por la naturaleza de los conflictos que afronta en el plano internacional, cabría afirmar que la controversia con Uruguay alrededor de la radicación de las fábricas papeleras constituye la más extraordinaria demostración del grado de aislacionismo que actualmente caracteriza a la política exterior argentina.
Más allá de la discusión sobre la contaminación ambiental está la determinación precisa de qué es lo que está verdaderamente en juego en función del interés nacional de la Argentina. Y en el análisis de este caso específico parece más que obvio señalar que para el interés nacional, concebido no como una manifestación de retórica ideológica sino desde una concepción estratégica, no puede existir nada más importante que la preservación a ultranza de la amistad argentino-uruguaya.
Resulta evidente que en todo este litigio la diplomacia argentina marchó siempre detrás de los acontecimientos. De allí que la política exterior argentina se haya deslizado desde la Cancillería hacia las asambleas de vecinos de Gualeguaychú. Y esto hizo que la confrontación -no sólo retórica sino también fáctica- desplazara la negociación política en un diferendo con un país amigo. Antes de que sea demasiado tarde, hay que retomar el diálogo político con Uruguay. Por supuesto, dialogar supone admitir la necesidad de concesiones recíprocas. Para la Argentina, implica tres puntos fundamentales. El primero, equivalente a un cese de hostilidades, es el levantamiento de los cortes. El segundo es reconocer el derecho de Uruguay a avanzar en la industrialización de sus recursos forestales. Y el tercero es estar dispuestos, inclusive, a contribuir a la financiación compartida de los costos de una solución orientada a minimizar el daño ambiental.
Lo esencial y lo accesorio
En cada circunstancia histórica, es imprescindible saber distinguir lo esencial de lo accesorio. En el actual contexto, después del colapso político y económico de diciembre de 2001, la Argentina necesita imperiosamente construir para volver a adquirir relevancia en el escenario internacional. Porque no hay ninguna causa, por justa que sea, que tenga relevancia, en términos políticos, sin una estructura de poder capaz de sustentarla. Y en el mundo de hoy el poder es de carácter eminentemente asociativo. Se construye a través de redes, de un múltiple tejido de asociaciones y alianzas.
Si la política exterior argentina no está en condiciones de encontrar el camino para profundizar una asociación estratégica con el Uruguay, en realidad no servirá para nada.
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