Se cumplen 15 años de la adopción de la caja de conversión por segunda vez en la historia del país.
Muy probablemente significó nuestra última gran oportunidad como sociedad de ingresar definitivamente en la senda del desarrollo. Me alegro de haberlo vivido en persona, a mí no me la tienen que contar. Lamento en el alma que haya terminado así y me resulta sencillamente incomprensible la alegría y el entusiasmo de tanta gente por el fracaso actual.
Como digo siempre, en su momento pensé que habíamos aprendido la lección y que avanzábamos decididamente en la racionalidad económica. Nunca estuve más equivocado.
Lejos de darse un proceso de aprendizaje, nos hemos empeñado en volver a reciclar los viejos fracasos del pasado y volver atrás con todas y cada una de las reformas de la década del 90.
Pero no se preocupen, esta vez sale bien:
Se cumplieron quince años del inicio de la convertibilidad, El plan de Menem que apoyaron Duhalde y Kirchner
El déficit fiscal persistente y la sobrevaluación del dólar ayudaron a su fin
* Fue la piedra angular que permitió a Menem gobernar casi once años
* Tuvo hasta el final, en 2002, enorme apoyo en la ciudadanía, en el peronismo y en la oposición
Ayer se cumplieron 15 años de la puesta en vigor del plan de convertibilidad. En esa fecha comenzó a regir la ley que establecía que por cada diez mil australes en circulación el Banco Central debía mantener un dólar en sus reservas, que cualquier tenedor de moneda local podía canjearla al tipo de cambio fijado por la ley. El Banco Central quedó inhibido de financiar al Estado con recursos que no fuera genuinos y no pudo emitir más sin respaldo para financiar el gasto. También quedó severamente restringido en la posibilidad de atender a los bancos con préstamos (redescuentos) por situaciones de iliquidez.
A los particulares se los habilitó a pactar y pagar en la moneda que eligieran. En 1992 por ley se cambió el signo monetario y el austral, que había sido instituido por el presidente Raúl Alfonsín, dio paso al peso, que equivalía a 10.000 australes y, por lo tanto, a un dólar.
El plan tuvo un enorme éxito en detener la inflación, mantenerla por primera vez en medio siglo a niveles persistentemente bajos, facilitó una espectacular recuperación económica y un aumento del ahorro y la inversión y allanó el camino para que Menem fuera reelecto y que Domingo Cavallo pudiera soñar con un futuro político.
El éxito hizo que el peronismo defendiera a capa y espada la convertibilidad de la que hoy abomina. Eduardo Duhalde en su fallida campaña presidencial de 1999 decía que quería cambiar el modelo, pero no la convertibilidad. Los Kirchner, que apoyaban fórmula Duhalde-Ortega, defendían también el uno a uno.
Cristina Fernández de Kirchner dijo en un reportaje publicado por LA NACION el ocho de noviembre de 1998: "Hay transformaciones que son incuestionables e inocultables. Convertibilidad, equilibrio fiscal, no son objetivos, pero son instrumentos imprescindibles para cualquier gestión de gobierno".
Es curioso que el viernes último la ministra de Economía, Felisa Miceli, haya equiparado la convertibilidad con el plan que anunció el dos de abril de 1976 el ministro José Alfredo Martínez de Hoz. Porque la convertibilidad congeló en abril de 1991 el tipo de cambio de entonces y redujo los aranceles la importación. Dos meses antes se había otorgado una fortísima recomposición salarial a los estatales, que les permitió recuperarse frente a la inflación y se eliminaron las retenciones a las exportaciones. También desaparecieron en la convertibilidad el impuesto al cheque, a los activos, a los combustibles y se elevó fuertemente el mínimo no imponible de ganancias.
En cambio, el plan de 1976 Martínez de Hoz se parecía más al del actual del gobierno: devaluación, aumento de salarios inferior a la inflación, mantención de altísimos niveles de aranceles y hasta prohibiciones de importación. La gran diferencia fue que en 1976 las empresas del Estado generaban, luego de poco más de tres años de gestión peronista, la mayor parte del déficit fiscal, que era igual a la mitad de los gastos totales, según el historiador Roberto Cortés Conde.
En la actual administración el tarifazo ha sido postergado, aunque está llegando, porque se pudo pasar ese ajuste al sector privado, ya que las empresas fueron vendidas o concesionadas.
La reducción de la presión impositiva durante el arranque de la convertibilidad muestra que tampoco es verdadera la afirmación de que se equiparó el valor del peso al del dólar. Como mínimo hubo una colosal baja del costo fiscal, que benefició a los productores locales. Lo contrario ha ocurrido desde 2002 en que, sea porque no se actualizaron los mínimos, porque no se permiten actualizar los balances por inflación o porque hubo incrementos directos y retenciones, la presión fiscal llegó a los niveles más altos de la historia.
La "tablita" no tiene nada que ver con la convertibilidad. El atraso cambiario que produjo fue mucho mayor porque permitía emitir descontroladamente y generando inflación.
Mientras logró atraer capitales para financiar el déficit fiscal, el modelo de convertibilidad tuvo gran cantidad de adeptos en el sector político. Muchos de esos capitales eran de residentes, que compraron bonos o hicieron plazos fijos en los bancos, que luego le prestaron al Estado. De pronto, la única manera de que el Estado siguiera viviendo alegremente y los políticos no pagaran costo alguno fue obligar a los acreedores a no cobrar sus deudas. El default y la quita.
Néstor Kirchner decía en 1996: "Del modelo se pueden rescatar la estabilidad y la convertibilidad; [pero] no se ha podido recuperar el equilibrio fiscal".
Por Jorge Oviedo
De la Redacción de LA NACION
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