Por presiones de EEUU, Arabia Saudita anuncia una amplia revisión de los libros de texto que se usan en el sistema educativo de ese país para eliminar el lenguaje que fomenta la intolerancia. Por ejemplo, en lugar de sostener que los “infieles de merde son nuestros enemigos”, ahora va a decir “los infieles son nuestros enemigos”. Es un avance.
Para todos los que dicen que el Islam o su versión local, el wahabismo, no tiene arreglo. Tomá para vos.
Creo que este articulo aclara un poco sobre el wahabismo:
ReplyDeleteAyn Rand como remedio al wahabismo
Los jeques saudíes combinan la mayor acumulación de riquezas petroleras con la más brutal ideología terrorista, desde que la secta sunita del wahabismo –fundada hace tres siglos por Mohamed ibn Abdul Wahab– terminó apoderándose de la Península Arábiga.
No lo consiguió porque sus hordas vencieran en el campo de batalla, ya que en 1818 fueron derrotadas por el sultán otomano. Lo que entronizó su doctrina fue que la adoptó la familia más poderosa de la Tierra.
Para el wahabismo, todos los mahometanos (menos ellos mismos) han abandonado el camino puro del Islam. Rechazan la música, la exégesis del Corán, el misticismo, la danza, la teología, el juego y el tabaco. Transformaron la idea de la Yijad o Guerra Santa en el primer deber de todo fiel, y establecieron que no hay más dhimmies: judíos, cristianos, ateos y musulmanes no wahabitas son como paganos; es decir, que todos deben ser convertidos o extintos.
La prédica amorosa de Wahab podría haber muerto con él en 1791, pero aún tiene varios millones de seguidores –todos en Arabia Saudí– gracias a que su mecenas no es sólo el régimen más oprobioso del planeta, también el más opulento. Por ello su carácter esclavista, corrupto, represor, misógino, judeofóbico y dilapidador jamás es criticado por los medios de prensa.
En 1963 el wahabismo se hizo cargo del sistema educativo saudí, y una década más tarde se lanzó a la extorsión petrolera, que le permitió un obsceno acopio de oro. Con éste sufragó la radicalización del Islam que se ha hecho sentir en el mundo durante las tres últimas décadas.
Los saudíes exportan imanes y fortunas a colegios de cien naciones, a fin de reclutar jóvenes para el credo terrorista. En los últimos veinticinco años establecieron en países no musulmanes 20.000 escuelas y 210 centros islamistas, y miles de mezquitas desde Buenos Aires a Andalucía. Colocan al frente de cada establecimiento a un imán wahabita, lo que explica que en Europa el Islam sea tan rígido.
El wahabismo es saudí, fanático y violento, pero los jeques lograron desviar la atención pública de su directa responsabilidad en el odio que se expande con su enorme riqueza, que lo compra todo, aun la ceguera europea, que empieza a curarse lentamente.
Han absorbido a la otra rama islamista, la Hermandad Musulmana, cuyo representante palestino se está haciendo cargo del Gobierno. Esta secta nació en 1929 en Egipto como reacción a la eliminación del califato por parte de Kemal Atatürk, y fue reprimida por Nasser, quien mandó a ejecutar al líder, Said Qutb (29-8-66), cuyo hermano huyó a Arabia Saudita, donde Ben Laden fue su seguidor.
Un mismo discurso distingue a todos ellos: los países musulmanes padecen miserias y atraso por haberse desviado del sendero coránico.
Una receta a mano de Occidente para enfrentarlos es la clásica novela La rebelión de Atlas (1957), en la que Ayn Rand describe la lucha entre los genios productivos y quienes viven a costa de esa creatividad, amparados en la masa y en la violencia.
El título original de la indispensable obra de Rand fue La huelga, ya que su propuesta se remitía a que los creadores se declararan en paro y de ese modo despojaran de blanco de odio a los fanáticos, que necesitan odiar y destruir y que terminarían por hundirse en la impotencia.
La novela de Ayn Rand enseña magistralmente que el motor de la civilización es el pensamiento independiente, que emerge en sociedades que estimulan la curiosidad, las dudas, el estudio, la innovación y el humor; y que florece en ámbitos en los que crecen hombres libres, sin miedo de equivocarse, ni de expresarse ni de ser blasfemos al dibujar viñetas.
Cuando las sociedades occidentales se declaren en huelga frente al totalitarismo agresor, los profetas de la muerte habrán quedado solos. Empecemos al menos por no entregarles ni un euro más: que sean ellos los que financien el terrorismo y el rezago. Los une un único amor: a la muerte, propia y ajena.