Jul 10, 2006

Roberto Cachanosky sobre el enemigo público de esta semana.

Insisto con lo que decía hace un tiempo, no podemos darnos el lujo de dejar que un presidente y un gobierno esquizoide maneje la agenda de los grandes problemas a resolver. Estamos perdiendo el tiempo. Sería interesante que los sectores moderados de la sociedad pongan sobre la mesa no más de 3 o 4 temas centrales sobre los que nos debemos poner todos de acuerdo:

Los productores de carne deben estar contentos porque las diatribas del presidente contra la supuesta oligarquía vacuna quedaron, por el momento, en la historia. Es que luego de embestir contra los productores de carne, Néstor Kirchner se lanzó contra los militares, los que ahora parecen tener un pequeño respiro porque el que sigue en la fila es el periodismo, mientras Tabaré Vázquez también tiene ya una semanas de vacaciones de las agresiones del gobierno argentino.

Ir cambiando de enemigo parece ser una cuestión central en el gobierno de Kirchner para no aburrir a la gente. En realidad, aburre con tanta pelea, aunque trata de hacer menos monótona su letanía cambiando permanentemente de adversario. Al igual que en los casos anteriores, la ausencia de una sólida formación intelectual en la pareja presidencial (al igual que en muchos otros dirigentes políticos) determinó que resultara verdaderamente patético escuchar al presidente hablar de la libertad de prensa.
Dijo Kirchner hablándole a los periodistas: “Si tiene que haber libertad de prensa, ejerzan la libertad de prensa, independientemente de lo que piense el dueño del medio en el que trabajan”. Realmente es curiosa la propuesta de Kirchner a los periodistas porque la independencia que les reclama no se condice con su propia intolerancia hacia quienes lo acompañan en su gestión. No veo cómo puede Kirchner hacer compatible esta exigencia de que los periodistas digan lo que quieran independientemente de lo que piense el dueño del medio que los emplea con sus sanciones a todos aquellos funcionarios que se apartan del discurso oficial. A su compañero de fórmula Daniel Scioli lo crucificó públicamente cuando éste dio su libre opinión sobre las tarifas de los servicios públicos. A Roberto Lavagna le pidió la renuncia cuando el ex ministro habló de sobreprecios en las obras públicas y fue a una reunión de IDEA sin la autorización presidencial. A una diputada de su partido, el Frente por la Victoria, la removió de la presidencia de una comisión en la Cámara de Diputados cuando ésta no estuvo de acuerdo con la política ganadera que aplica el Gobierno. Y ni qué hablar de los resonados casos de José “Pepe” Eliaschev y otros periodistas que trabajaban en medios de comunicación estatales.

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