Una de las más preciadas características de la política canadiense, por lo menos en los últimos 30 años, es la muy arraigada tradición de no hacer olas. El lema del sistema político local muchas veces parece ser “yo argentino”. Es necesario quedar bien con Dios y con el diablo. Tomar abiertamente partido está considerado poco sofisticado, grosero, de arrabal, digno de la barbarie y el subdesarrollo de los vecinos del sur.
Imagínense el bolonqui que se armó cuando Stephen Harper, el primer ministro conservador, por primera vez en décadas apoyó abiertamente a Israel en la guerra de Medio Oriente. Horror de los horrores. Hay muchos analistas y líderes políticos de la oposición que están pidiendo su cabeza y se dice que esto le costaría un gobierno de mayoría. ¿Será tan así? Puede ser. Pero puede que no. Tal vez muchos canadienses estén levemente con las tarlipes inflamadas de tanta corrección política.
En ese contexto, me llama mucho la atención leer documentos como este. Podemos estar de acuerdo o no con lo que dice, pero creo que es muy claro y directo, no anda con vueltas.
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