Carlos Alberto Montaner sostiene que Hezbollah no va a destruir Israel, pero muy probablemente tenga mucho éxito en destruir al Líbano:
En general, los libaneses cristianos emigraron a América a principios del siglo XX. Solían utilizar pasaporte turco y su lengua primaria era el árabe, pero los dos aspectos eran engañosos. No eran turcos ni árabes. Se sentían orgullosamente descendientes de los legendarios fenicios, grandes navegantes y constructores de imperios, creadores de nuestro alfabeto. Junto a griegos, judíos y romanos, se percibían como parte esencial del núcleo fundacional de Occidente, filiación que resaltaban relatando con orgullo las hazañas de los antepasados cristianos, auxiliares de las cruzadas, quienes resistieron el acoso de las tropas islámicas y la centenaria ocupación otomana, escondidos en montañas nevadas y en bosques erizados de cedros en los que aprendieron a amar la libertad.
Esa vocación occidental y moderna se vio claramente con la creación del Líbano, inventado en 1920 por los cristianos maronitas con la colaboración de los franceses, poder imperial al que, junto a Inglaterra, le tocó redistribuir los territorios arrancados a Turquía. Los libaneses (precedente que luego le sirvió a Israel), no crearon una monarquía tribal, como el resto de los territorios árabes, sino una república moderna que, sin declararlo a las claras, se definía como una entidad voluntariamente diferenciada del mundo islámico. Por eso la primera bandera libanesa (modificada unos años más tarde) tuvo los colores de la enseña francesa, más un árbol de cedro colocado en el centro. Francia entendió que los libaneses eran diferentes a los sirios y les dio un territorio distinto y aparte. Hablaban árabe y se alimentaban como los turcos, pero no eran una cosa ni la otra. Formaban una etnia mucho más abierta al progreso y al futuro, como no tardaron en demostrar. En pocas décadas, después de la Segunda Guerra, el Líbano se convirtió en la nación más rica de la zona, con un sector bancario que rivalizaba con Suiza, mientras a Beirut, con toda justicia, comenzaron a llamarla el ``París del Medio Oriente''.
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