Sep 9, 2006

Los idiotas útiles


Guy Sorman sobre los maoístas franceses. Muy relacionado con lo que decía Diego la vez pasada. No importa cuantos crímenes cometas ni las barbaridades que lleves a cabo, siempre y cuando lo hagas desde la corrección política.

Pensar la cantidad de apologistas que aún hoy existen de asesinos miserables como Fidel Castro, el “Che” Guevara, Saddam y tantos otros. Lo vengo diciendo hace rato, para mucha gente hay dictadores buenos y dictadores malos, violaciones de los derechos humanos buenas y violaciones de los derechos humanas malas, terrorismo bueno y terrorismo malo. Todo depende de la ideología del que los ponga en práctica:

¿A cuántos mató Mao Tse-tung en la guerra civil, la hambruna organizada, las purgas y la Revolución Cultural? ¿A cuarenta millones...; a sesenta? Imposible pretender ignorarlo. En 1971, en su libro Los trajes nuevos del presidente Mao, el escritor Simon Leys revela a Occidente las masacres de la Revolución Cultural. Inexplicablemente, ese mismo año, la filósofa italiana Maria-Antonietta Macchiocchi, tan respetada en París como en Roma, publica De la Chine, un panegírico de Mao. Allí leemos: “La Revolución Cultural inaugurará mil años de felicidad”. Mao es “genial”. Lo mismo había dicho Louis Aragon de Stalin en 1953. Cierto sector de la intelectualidad no se reforma de una generación a otra, como si lo esencial fuera no ver nada, o fingir no verlo, para engañarse siempre.

En 1974, Roland Barthes visita China junto con Philippe Sollers y Julia Kristeva. Regresan entusiasmados. Sollers declara haber visto con sus propios ojos “la verdadera revolución antiburguesa”. Kristeva escribe: “Mao ha liberado a las mujeres”. ¿Y la violencia? Ella no ha constatado ninguna violencia. Admitamos que en 1974, en Cantón, habían descolgado los cadáveres que pendían de los árboles, pero el laogai o gulag chino se exhibía abiertamente. Sesenta millones de muertos no comprobados, qué víctimas tan discretas. Y no olvidemos a los nuevos filósofos mediáticos de entonces, Christian Jambet y Guy Lardreau. En 1972, habían declarado que Mao era “Cristo resucitado” y que El pequeño libro rojo era “la reedición de los Evangelios”.

A su muerte, en 1976, las tropas de Jean-Paul Sartre empapelan los monumentos de París con su retrato enlutado. El director del diario La Cause du Peuple no necesitó viajar a China para hacerse maoísta.

Estos y otros intelectuales notables, ¿cómo pudieron no solidarizarse con las víctimas ni ver al pueblo chino? Aquí hay un gran misterio o un amoralismo pétreo. Dudamos que el vínculo entre ciertos intelectuales y tiranos como Stalin, Mao o Castro haya sido la búsqueda de la libertad, la justicia y la democracia. Esos valores sólo se proclamaban para uso de los tontos. Esos intelectuales adoraban por sobre todo la violencia revolucionaria, la estética de la violencia. ¿No era su deleite el espectáculo de la revolución? A nuestros maoístas les habría resultado imposible ignorarlo todo.

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