Ayer hablaba con un amigo de la Argentina por teléfono. Me contaba alucinado sobre el nivel de corrupción que se vive en el país, directamente relacionado a la explosión del poder discrecional del sector público. Se trata de miles de millones que se manejan con absoluta discrecionalidad, sin el menor control del Congreso ni de organismos reguladores.
Me prometió escribir algo más en detalle, pero me daba el ejemplo de las empresas de parientes muy cercanos del gobernador (no peronista) de una provincia del norte que reciben adjudicaciones directas de obras públicas, haciéndose diferencias de decenas de millones de pesos. Los tipos ni siquiera se calientan en disimular con una licitación trucha.
Desde su punto de vista, el cambio más notorio con respecto a la corrupción que existió desde siempre en la provincia es que en este momento esta gente actúa sin el menor pudor. La impunidad es sencillamente brutal y no existe ni siquiera la fiscalización de la prensa, porque el gobierno provincial la maneja a voluntad.
En sus palabras, los muchachos están completamente cebados y actúan como si fueran a gobernar para siempre. La verdad es que meten miedo.
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