En las escuelas de Québec, por lo menos en las primarias, existe la misma idea que en Argentina: no es conveniente evaluar objetivamente a los alumnos. La moda son las “evaluaciones no comparativas”, según las cuales se hace un seguimiento de los avances de cada alumno, pero no se los compara con los otros del mismo grado. “No hay que compararse con los otros niños del grado”, sostienen, “sino con uno mismo cuando empezó el año de clases”.
No es mi intención exacerbar el nivel de competencia entre chicos de 6 años, pero creo que las mediciones objetivas aportan información muy útil para saber si estamos o no haciendo las cosas bien. ¿Debo dedicar más tiempo a ayudar a mi hijo con los deberes después de la escuela? ¿Tiene mi hijo dificultades de aprendizaje? ¿Cumple con los objetivos de su nivel de escolaridad?
Salvo muy contadas excepciones, en el sector público de todo el mundo hay un muy marcado rechazo a todo lo que sean mediciones objetivas, ya sea de resultados, objetivos, o lo que sea. El conocido principio de que todo lo que se puede medir se puede mejorar, de aplicación universal en cualquier otro ámbito de la vida, sencillamente no tiene cabida en el sector público.
Me parece que los burócratas detestan profundamente la competencia y saben perfectamente que el camino para evitarla es seguir dentro de un proceso de toma de decisiones basado en criterios políticos, sin ninguna consideración de eficiencia, conveniencia, oportunidad y demás.
Son perfectamente concientes de que el día en que el sector público esté sujeto a la competencia y se empiece a regir por los mismos principios que el sector privado, muchos de ellos se quedan sin trabajo.
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