No se trata de mal carácter
(publicado en "La tercera" de Chile, visto en lo de Alejandro Rozitchner)
Andrés Cisneros
Las tensiones entre Santiago y Buenos Aires no provienen del gas. El gas no es una causa, es una consecuencia: el origen profundo reside en la política. Con visiones políticas incompatibles, los cortocircuitos surgen irremediablemente. El gas, las fronteras, las pasteras en Uruguay, las inversiones europeas, Dios sabe qué seguirá.
América del Sur es un escenario en que compiten dos modelos. El que campea en Chile, Uruguay, Brasil, Perú o Colombia. O el del eje Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales. El primero supone concertación interna y pragmatismo externo ante la globalización. El segundo es tan poco institucional, que se lo identifica más con el nombre de sus líderes personalistas que con el de sus países. Se trata, en el mejor de los casos, de regímenes bonapartistas que desprecian el consenso interno y, ante la globalización, optan por un testimonio ideológico de rechazo in totum antes que una laboriosa negociación que permita aprovechar sus ventajas y minimizar sus efectos negativos.
El gobierno argentino parece navegar entre ambas aguas. Se acerca a Castro-Chávez-Morales, pero no los acompaña hasta el final. No condena, por ejemplo, al capitalismo, pero vive incumpliendo sus reglas de un modo sistemático. Convoca al pluralismo, pero luego aclara que es sólo para quienes coincidan con la facción gobernante. Reclaman a Castro por violaciones comprobadas de derechos humanos a ciudadanos argentinos, pero siguen votando en la ONU contra cualquier inspección a Cuba con los mismos exactos argumentos que usaba La Habana para impedir esas mismas inspecciones a Videla o Pinochet. Y, como suele suceder, esa actitud nos coloca en el peor de los mundos. Es por ello que las políticas externas de Kirchner y Chávez no podían sino confluir: expresan procesos internos en que el proyecto de gobierno aparece difuso mientras crecen el personalismo y la hegemonía presidencial.
El bonapartismo está esencialmente imposibilitado de concertar con sus opositores porque su captación política no pasa por ofrecer soluciones a los problemas, sino el señalamiento acusatorio a supuestos responsables de todo lo que nos pasa. El sistema es atractivo: al poner la culpa siempre en terceros, exime a los votantes de ver si algo hicimos mal y tendríamos que encarar el esfuerzo de corregirlo. Y eso siempre resulta seductor.
Esa política interna se traslada automáticamente a la exterior: la cuestión no pasa más por encarar juntos los problemas que nos afecten; más atractivo es incumplir contratos y compromisos porque, de una u otra forma, el otro país se lo merece, quiso aprovecharse o cualquier otro argumento a la mano.
Lo estamos haciendo con Uruguay, a quien exigimos que desmantele la instalación industrial más importante de toda su historia en lugar de proponerles una asociación de ambos países para encararla juntos, superando el conflicto por arriba, por la cooperación, no la disputa.
No atribuyamos estos conflictos a cuestiones de carácter. Las causas son estructurales: el bonapartismo en lo interno y el chavismo en lo externo son lo mismo, sedicentes progresías que, en nombre de la revolución, nos condenan al atraso.
mas claro, agua
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