Nov 21, 2006

Pobreza y el "modelo productivista"

Julio, un comentarista de lujo del blog, me manda unas líneas acerca de la pobreza en Argentina. Por favor, no se lo pierdan:

Considero que es importante informar a la gente, pues hasta la oposición hace el juego al gobierno, y jamás critica sin hacer las salvedades de lo bien que estamos ahora, y lo mal que estábamos bajo la oprobiosa década menemista.

Hasta que al gobierno se le ocurra hacer “desaparecer” estadísticas que puedan ser incómodas, si se consulta en el sitio web del INDEC (www.indec.gov.ar) la evolución de la pobreza entre 1988 y 2003, se puede ver un gráfico (la barra indicadora de la pobreza está en azul) que muestra cómo desde 1988, bajo el gobierno “progresista” de Alfonsín, los pobres fueron muchos más que cuando gobernaba el “neoliberalismo salvaje” (falso el calificativo, pero no viene al caso) de Menem. Igualmente, puede comprobarse que cuando se hizo trizas el “modelo” de la convertibilidad –como propugnaban los progresistas- y se hizo efectivo el tan pregonado “default”, en el año 2002, la pobreza se disparó en forma explosiva, como lo muestran sólo pálidamente los indicadores estadísticos. Hagan el ejercicio mental de acordarse cuándo comenzaron a pulular los cartoneros y los indigentes, si antes o después del año 2002.

Conforme a datos suministrados por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, basados en la Encuesta Permanente de Hogares, la cantidad de personas situadas bajo la línea de pobreza, que se ubicaba en Octubre de 2001 en 35,4 % de la población, ascendió en Octubre de 2002 a 54,3 % (Fuente: INDEC, “Evolución de la indigencia, la pobreza y la desocupación en el GBA desde 1988 en adelante”. Según el diario La Nación (viernes 20 de Octubre de 2006, sección Economía y Negocios, pág. 5, “Crecen los salarios pero siguen debajo del nivel de 1993”).

El Indec dice –según el artículo citado- que “el proceso de recuperación de la participación del trabajo asalariado en la distribución del ingreso es un efecto combinado del número de horas trabajadas y por la suba de los salarios nominales por encima de los precios implícitos del PBI”. Por supuesto, para obtener tan espectaculares resultados es necesario que la gente trabaje más horas (los viejos marxistas dirían que eso es un aumento de la tasa de explotación), y que los “precios implícitos” del PBI no suban mucho. Si adoptamos como índice relevante los precios mayoristas, la “recuperación” del salario se derrumba estrepitosamente y se muestra como el artificio que es, pues desde la devaluación treparon el 180% (según el propio INDEC).

Esos resultados no son un fruto de la casualidad. El tipo de cambio real “alto” que defiende el gobierno como lo defendió y sigue defendiendo Lavagna, significa necesariamente acentuar la pobreza de los sectores de menores recursos, que gastan la mayor parte de sus ingresos en alimentos, bebidas, medicamentos y ropa, y proporcionalmente, utilizan menor cantidad de servicios (no comercializables internacionalmente, y cuyo precio ha subido comparativamente menos que los precios de los bienes transables).

El argumento menos presentable –y por eso, pocas veces enunciado con sinceridad y crudeza- pero más acorde con la realidad, es que la competitividad –efímera- que se procura a través del tipo de cambio alto al que condujo la hiperdevaluación es mediante la reducción de los salarios reales. Eso lo tenía claro Keynes, a quien muchos invocan sin haberlo leído, quien decía que como los salarios nominales son inflexibles a la baja, la única forma de reducirlos es provocar su disminución en términos reales a través de la depreciación de la moneda (“Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero”, Fondo de Cultura Económica, México, segunda reimpresión de la segunda edición, 1971, páginas 207, 235, 237, etcétera).

Un efecto notable de la devaluación fue la reducción de las importaciones, que se presentó como un éxito frente al modelo “antiindustrial” de la convertibilidad. En realidad, fue el resultado de la retracción de los ingresos de la gente, del salario y del consumo. Desde el punto de vista de la balanza comercial, la devaluación la mejora si reduce la absorción en una proporción mayor de lo que se reduce el ingreso (ANA M. MARTIRENA-MANTEL, “Economía Internacional Monetaria”. Teoría de la balanza de pagos”, Ediciones Macchi, 1978, págs. 175, 203; JUAN CARLOS DE PABLO, “Macroeconomía”, Fondo de Cultura Económica, 1991, págs. 623-625). Dado que el principal rubro de la absorción –o demanda global- es el consumo, está claro que si se obtienen mayores saldos netos del comercio exterior es porque la devaluación de nuestra moneda redujo los ingresos del grueso de la población, precisamente la más pobre.

En otras palabras, el superávit comercial obtenido –cuya contrapartida fue una fenomenal salida de capitales- se logró gracias a la reducción de los salarios, los ingresos y el consumo de la mayor parte de la población, asalariada o no, pero no productora de bienes o servicios transables.

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