Guy Sorman hace un interesante balance del gobierno de Jacques Chirac en La Nación de hoy. La conclusión que yo personalmente saco es que no importa lo desastroso de un gobierno, siempre se puede estar peor:
Presidente de Francia desde 1995, Chirac fue elegido dos veces sobre sendos rechazos: el del socialismo, tras catorce años de reinado de Mitterrand, y el de la ultraderecha nacionalista y xenófoba, en 2002. Lo hemos olvidado. Después de estos dos rechazos, el gobernante fue fiel al mandato de sus electores.
Nunca se sintió tentado, como Mitterrand, de estatizar la economía, perjudicar al sector privado o dar la espalda a una Europa liberal. Eterno opositor de la ultraderecha, no hizo concesión alguna a la xenofobia, la hostilidad hacia los inmigrantes y el antisemitismo. Uno de los momentos más fuertes de su gobierno fue el reconocimiento, en 1995, de la responsabilidad que le cupo al Estado francés en el Holocausto. Esta visión multicultural del mundo influyó en su política exterior. Uno de sus grandes reproches a Estados Unidos es que ignore, y aun niegue, esta diversidad y pretenda que el mundo entero se parezca a él.
Su principal motivación e interés es la política exterior. A diferencia de sus opiniones económicas, sus ideas sobre la diplomacia son claras y afianzadas. Ante todo, desconfía (demasiado) de los norteamericanos: los ve arrogantes, ignorantes y hasta peligrosos. Su antinorteamericanismo cuadra con cierta condescendencia tradicional entre los intelectuales franceses. Además, el poderío de Estados Unidos debilita el papel de Francia en Europa y el resto del mundo.
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