Mar 10, 2007

Una hermosa ficción

Mario Vargas Llosa sobre los restos del Che Guevara. Insisto, somos el subcontinente del pensamiento mágico, aquella tierra mítica donde las utopías todavía son posibles. Como a los niños, los hechos, la realidad, nos aburren profundamente, lo nuestro son los gestos, lo simbólico:

Lo demás, añadiría yo, lo hizo el mito por sí solo. El Che Guevara ya alcanzó esa categoría, un sitial que pone a quien lo ocupa por encima de las leyes de la historia y de la pedestre realidad. Un ser que, de histórico, pasa a ser mítico no es juzgado con criterios racionales sino mediante actos de fe y de ilusión.

Es el caso del Che. Su figura es, hoy, como muestra otro de los colaboradores del número de Letras Libres dedicado a su figura, "una marca capitalista" de valor seguro, a la que empresarios de toda clase explotan en los cinco continentes, y a la que veneran, citan, tienen presente y les merece admiración y simpatía innumerables jóvenes que no alientan el menor entusiasmo revolucionario y, algunos, ni siquiera sabrían ubicar a Cuba o Bolivia en los mapas.

No importa. El Che representa una hermosa ficción, un personaje del que la historia contemporánea está huérfana: el héroe, el justiciero solitario, el idealista, el revolucionario generoso y desprendido que realiza hazañas soberbias y es, al final, abatido, como los santos, por las fuerzas del mal.

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