Mario Vargas Llosa sobre los restos del Che Guevara. Insisto, somos el subcontinente del pensamiento mágico, aquella tierra mítica donde las utopías todavía son posibles. Como a los niños, los hechos, la realidad, nos aburren profundamente, lo nuestro son los gestos, lo simbólico:
Lo demás, añadiría yo, lo hizo el mito por sí solo. El Che Guevara ya alcanzó esa categoría, un sitial que pone a quien lo ocupa por encima de las leyes de la historia y de la pedestre realidad. Un ser que, de histórico, pasa a ser mítico no es juzgado con criterios racionales sino mediante actos de fe y de ilusión.
Es el caso del Che. Su figura es, hoy, como muestra otro de los colaboradores del número de Letras Libres dedicado a su figura, "una marca capitalista" de valor seguro, a la que empresarios de toda clase explotan en los cinco continentes, y a la que veneran, citan, tienen presente y les merece admiración y simpatía innumerables jóvenes que no alientan el menor entusiasmo revolucionario y, algunos, ni siquiera sabrían ubicar a Cuba o Bolivia en los mapas.
No importa. El Che representa una hermosa ficción, un personaje del que la historia contemporánea está huérfana: el héroe, el justiciero solitario, el idealista, el revolucionario generoso y desprendido que realiza hazañas soberbias y es, al final, abatido, como los santos, por las fuerzas del mal.
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