Jul 29, 2007

Ya lo dije varias veces por acá, honestamente me cuesta horrores entender a mis coargentos. No es nada nuevo para mí. Uno de los motivos que me llevó a buscar otras latitudes fue finalmente darme cuenta y aceptar de una buena vez de que en realidad era yo el que no encajaba en Argentina.

Nos pasamos toda la década del 90 quejándonos indignados de la corrupción y del personalismo en el manejo de la cosa pública. Mucha gente aún lo sigue repitiendo, durante el gobierno de Menem teníamos estabilidad, podíamos planificar, había crédito, podíamos acceder a una vivienda y al consumo pero la corrupción y la soberbia del gobierno eran insoportables.

¿La solución argentina? Destruir sistemáticamente todo lo positivo de esos años y erigir como Salvador de la Patria a un señor que, entre otras cosas, desapareció entre 600 y 900 millones de dólares de su provincia que nadie tiene idea de dónde están.

¿Y la indignación por la corrupción? Bien, gracias.

Para ser claros, nos quejábamos del caudillismo y el manejo feudal del Menem gobernador de La Rioja y ungimos como Hombre Fuerte al gobernador de una provincia igual o peor en su primitivismo institucional. Estamos hablando del único presidente, y hasta gobernador e intendente, que jamás durante su periodo presidencial aceptó dar una conferencia de prensa. Hasta donde sé, hecho inédito en la historia del país, sin contar a los gobiernos militares.

La increíble hipocresía argenta hace que lo que antes nos horrorizaba en cuentagotas ahora nos parezca un detalle menor a baldazos.

Nos desborda el entusiasmo y nos sentimos representados como nunca por un gobierno que hace gala de la improvisación, la confrontación permanente, que se autocalifica como el gobierno únicamente de los argentinos que comparten su ideología esquizoide.

Nos encanta vivir así.

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