Agustín Monteverde sobre uno de los delirios argentos favoritos de todos los tiempos, aquello de que los países se vuelven competitivos mediante devaluaciones.
Claro, lo dice Greenmount y sale en los diarios. Lo digo yo acá en el blog y no me lee ni mi abuela. Qué cosa:
El dólar alto nada tiene que ver con la competitividad. Detrás de la excusa exportadora, del antifaz industrialista, se oculta el propósito recaudador: una caja desahogada con la cual domeñar a gobernadores e intendentes y subyugar a corporaciones y votantes. Si el tipo de cambio alto fuera la condición para ser competitivo, ¿qué posibilidades tendrían países como Alemania, Suiza o Gran Bretaña? Sin embargo, mientras éstas son potencias comerciales de primer orden, nuestra participación en el comercio mundial sigue cayendo. ¿O será -como proponen desde algunas usinas- que necesitamos un tipo de cambio muy competitivo? Si ello fuera así, la solución sería ¡la devaluación permanente! (O podríamos preguntarnos por qué se quedaron en chiquitas y no devaluaron, por ejemplo, 20 a 1. Si devaluar da competitividad, nos convertiríamos así en primeros exportadores mundiales. Con seguridad ya lo habríamos sido cuando disfrutábamos la hiperinflación de Alfonsín.)
Para lo que sí ha servido el dólar alto -el peso débil- es para facilitar la adquisición de las principales empresas locales por parte de sus competidoras foráneas, llevando el valor de sus activos a precios de ganga. PECOM, Loma Negra, Alpargatas, Quickfood y otras son tan sólo la punta de lanza de un proceso que recién se inicia.
Curioso nacionalismo el de los gobiernos que hunden la propia moneda, verdadero símbolo de soberanía.
Está claro que ser competitivo tiene que ver con ser productivo, con calidad sumada a eficiencia. Y poco con una simple cuestión nominal y transitoria como el tipo de cambio: para los devaluacionistas sería imposible ser competitivo en un mundo de trueque. Ellos siempre necesitan de la competitividad aportada por los asalariados mal pagos, cobrar en moneda dura y pagar en pesos débiles. Pero, agotado ya el stock de capital que se generó en los odiosos noventa y quedó ocioso con la depresión de 2001, toda devaluación sería ahora trasladada instantáneamente a los precios.
Más claro? Echale soda.
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