Mario Vargas Llosa sobre la trancada que le pegó el Rey de España al payaso de Chávez. Insisto, creo que no voy a terminar de entender nunca cómo puede haber tanta gente tan entusiasmada con un sátrapa de cuarta como el capitoste venezolano:
Claro que hay otra América latina, más decente, honrada, culta y democrática que la representada por estos energúmenos. Estaba allí, en esa sesión de clausura, invisible y muda, como siempre en estas ocasiones en la que los caudillos, hombres fuertes, “comandantes” y payasos se apoderan de las candilejas.
¿Por qué callan estos otros latinoamericanos y se dejan ningunear y eclipsar de esa manera, si ellos son infinitamente más respetables y dignos de ser escuchados que aquéllos? No sólo porque algunos están sobornados por los petrodólares que derrocha el venezolano a diestro y siniestro. A menudo lo hacen porque temen ser víctimas de las diatribas y descalificaciones de aquellos matones, que les pueden soliviantar a sus extremistas criollos y, también, aunque parezca mentira, porque ellos, que sólo son gobernantes civiles que tratan mal que bien o bien que mal de ajustarse a las limitaciones que les señalan las leyes y constituciones, se sienten mandatarios de segunda frente a esos dioses omnímodos que no tienen otro freno para sus excesos y bellaquerías que su soberana voluntad.
La salida del rey de España tuvo la virtud de rasgar el velo de hipocresía que circunda las Cumbres Iberoamericanas, a las que, en apariencia –no en la realidad– asisten jefes de gobierno y de Estado dignos del mismo respeto y consideración. Falso de toda falsedad: el señor Chávez tiene unas credenciales que lo exoneran de toda respetabilidad civil y democrática, pues el 4 de febrero de 1992 traicionó su uniforme y actuó con felonía, intentando un golpe militar contra un gobierno constitucional y legítimo en el que decenas de oficiales y soldados venezolanos murieron defendiendo el Estado de Derecho.
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