"¿Hacia dónde va Argentina? Querida, hacia ninguna parte".
Pilar Rahola:
Argentina me recibe con título de mujer, recién acabadas las elecciones que han llevado a Cristina Kirchner a la presidencia. En la encuesta a pie de taxis, lo de Cristina es difícil de entender. No encuentro a nadie, en la capital, que la haya votado, y los epítetos que le dedican no casan con una candidata que ha ganado por más del 40% de los votos. Pero me lo aclaran los colegas de la prensa, cuyos análisis políticos son puro algoritmo: Cristina ha perdido en las capitales, en las ciudades importantes, en los núcleos donde la clase media y alta es influyente, pero ha barrido en las clases populares. "Peronismo en estado puro", comenta un analista político y buen amigo. Es evidente que si el resultado electoral marca una Argentina dual, claramente dividida en esos dos estadios sociales, no es un buen resultado. Nadie que no sea un populista demagógico puede gobernar a espaldas de la clase media. Y ése es el reto que tendrá que asumir la primera mujer argentina que llega, a través de las urnas, a la presidencia de la República: huir del populismo y recoser el abismo que la separa de la sociedad civil del país. Hasta ahora, la política de la K ha jugado a los dos lados de la quebradiza frontera ideológica, coqueteando con el chavismo y, a la vez, alejándose de él cuando lo marcaban los intereses o el puro sentido común. Pero Néstor Kirchner ha estado más cerca de Chávez que ningún otro dirigente importante latinoamericano, y ése es el misterio que encierra la incógnita Cristina: ¿intentará pescar, como su marido, en esas procelosas, turbias y revueltas aguas? ¿O buscará modelos de una izquierda moderna y razonable, para encarar la gestión del país? La encrucijada en la que se sitúa Cristina y, con ella, Argentina, oscila entre la revolución bolivariana, que la atrae como un imán, tanto como intenta comprarla y prostituirla; o la política mucho más sosegada e inteligente del uruguayo Tabaré Vázquez o del propio Lula da Silva. Ser o no ser, en la tradición de un país donde el populismo ya triunfa periódicamente, fuertemente arraigado en las raíces que dejó el legado Perón. De hecho, mirado desde el espejo de Stendhal, el peronismo es puro ADN argentino, pura genética política, de ahí su convulsa vida partidista, su tendencia al personalismo y al mesianismo y, sobre todo, su nula capacidad opositora.
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