Abel Posse sobre el triunfo de la anarquía. El atractivo de la violencia como sistema político suele desmoronarse cuando nos convertimos en parte receptora:
Durante un lustro, el Gobierno descuidó su obligación constitucional básica de mantener el orden público. La permisividad y el idiotismo de "no judicializar la protesta" transformaron el país en una cotidiana exhibición de piqueterismo, escraches e intimidación de los ciudadanos indefensos. Desde el ataque a la Legislatura hasta los desmanes en Mar del Plata durante la conferencia cumbre, la destrucción de la estación de Haedo, los destrozos en la de Constitución, el grotesco corte de rutas y puentes internacionales, presionando nuestra flébil diplomacia en el tema de las pasteras. Se dio espacio a la deliberación anticonstitucional y a la intimidación callejera, a veces de grupos que tienen que ver más con el entrenamiento que con la protesta.
Hoy el círculo se cierra. La serpiente de la anarquía se muerde la cola. La protesta del agro con centenares de incontrolables cortes en todo el país puso al Gobierno ante su peor crisis. Aprendieron a fondo la lección del piqueterismo.
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