Qué momento

En los sistemas parlamentarios, como el de Canadá, por tradición, ya que no existe obligación legal, ante una derrota por una ley importante, generalmente de carácter económico o el presupuesto, el gobierno suele llamar inmediatamente a elecciones. La idea es que el hecho demuestra que ha perdido la mayoría de escaños en el parlamento.

Si bien el sistema argentino es presidencialista y, por lo tanto, mucho más flexible en ese sentido, yo creo que esta derrota debería forzar al gobierno a un replanteamiento de su estilo de administración.

Es obvio que a siete meses de la reelección, el régimen se cae a pedazos. A pesar del uso absolutamente discrecional de una caja formidable, de las amenazas, de controlar la justicia y, hasta hace poco, la prensa, sufren una derrota estrepitosa sobre un tema que ellos mismo se encargaron de plantear como de vida o muerte.

¿Por qué la euforia por el senador santiagueño que no se dejó presionar y por el presidente del senado que desempató? Porque, aunque parezca mentira, en un sistema político tan bastardeado como el argentino, los senadores que votan con la Constitución en la mano son la excepción.

¿Y ahora qué? ¿Cómo queda parado el gobierno? ¿Dan marcha atrás con el aumento de las retenciones o sigue rigiendo la resolución administrativa? ¿Reaparecerá la esposa de Kirchner, hasta hace pocos días a cargo nominalmente de la presidencia de la nación?

Me imagino que son concientes de que, aún si todo termina de novela, esto marca una profunda división en la sociedad. Hay enormes sectores, incluidos políticos, funcionarios y hasta "intelectuales" que consideran absolutamente lícito y razonable que la mitad que todavía produce algo en el país mantenga a la otra mitad.

Me temo que la Argentina volvió a la época de las grandes antinomias históricas.