Sep 21, 2008

Freudscher Versprecher

 
Me llamó la atención que cuando en una rueda de prensa con corresponsales extranjeros -el pasado martes- el presidente Chávez se refirió por fin y después de un año de iniciado el escándalo del maletín a Guido Antonini Wilson, no lo hizo acusándolo de 'gordo' proimperialista, cachorro del imperio, pitiyanqui o empresario desalmado pervertido por el egoísmo y el afán de lucro, sino de 'traidor'.
Ahora bien, 'traidor', o su equivalente en cualquiera de las lenguas indoeuropeas -de la cual formaba parte el latín origen de nuestro español- se le dice a un sujeto que, perteneciendo a una causa, ideología, partido, religión o secta, se pasa a las filas enemigas y desde allí contribuye a la destrucción de quienes, hasta días antes, eran sus camaradas, cofrades y socios.
Observación que nos lleva al hecho que si para Chávez, Guido Antonini Wilson es simple y llanamente un 'traidor', es porque el mismo Chávez, y algunos de los chavistas que lo protegieron y le dieron acceso a los ingentes negocios del estado, lo tenían como uno de los suyos, como un camarada, socio o cofrade, que, aparte de compartir las ganancias de la compra de casas uruguayas, las comisiones por la importación de armas, o de la colación de papeles del tesoro con fines especulativos, era también un militante con el cual se podía contar para la realización de trabajos peligrosos que en la jerga revolucionaria también se conocen como 'sucios'.
 
 
Los actos fallidos -en apretada síntesis- son una especie de traición que nos hace el inconsciente haciéndonos decir lo que conscientemente no queríamos decir, revelando un deseo o intención ocultas.
El yo siempre puede disculparse tras un acto fallido diciendo que no era eso lo que quería decir, pero siempre hay alguna verdad allí.
Me pregunto si un cómplice es mejor que un traidor.
 
Raquel Reznik

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