Sep 4, 2008

Rutas argentinas

El principio racional era aquello de que nadie es profeta en su tierra. De otra manera no podíamos justificar hacer 20 kilómetros por ruta para ir a bailar a Concepción. No con los dos o tres bailes por fin de semana en el Club Social de Monteros de la Patria, Fortaleza del Folklore, la Perla del Sur. Viernes a la noche, sábado a la noche y a veces hasta domingo en matinée. Todo sea por recaudar fondos para el viaje de quinto año. Pero lo nuestro era ir a bailar de visitantes, a lo mejor así las chicas nos llevaban más el apunte.

Ese sábado, después de bañarnos, ponernos los vaqueros Wrangler y las zapatillas Pony, habíamos salido a las 9 de la noche. La idea era tener tiempo de comer unos sánguches de milanesa frente a la plaza antes de ir a bailar. Álvaro Rojo le había pedido la F100, modelo 79, al padre. Don Rojo era de los pocos cañeros de la variedad “no de confitería” de la zona. Aunque la casa la tenían en el pueblo, su papá se pasaba todo el día en el campo, aún fuera de zafra.

Además de Álvaro al volante, íbamos de pasajeros Alfredito Ruffo, el Cabudo Schilazzo y yo. Ojo, lo de Cabudo se lo decíamos cuando no estaba. Se ponía hecho un basilisco si escuchaba.

Qué épocas esas, principios de los 80. No existía celular, CDs, MP3, GPS ni “airbags”. El cinturón de seguridad era una extravagancia. Apenas la radio AM Motorola, con botonera para sintonizar LV12, LV7 y Radio Nacional.

Por lo general íbamos por la ruta 38 pero volvíamos por adentro, aprovechando tramos de rutas provinciales y caminos vecinales de tierra, o ripio, en el mejor de los casos. Creo que en gran medida era por miedo a encontrarnos de frente con alguno que volvía de juerga borracho o la plaga incesante de carros cargados con caña tirados por tractores. Un peligro tremendo.

Esa noche, el baile de la Escuela Normal de Concepción terminó como a las tres de la mañana y volvíamos por un camino de tierra rodeado de cañaverales, cantando "La marcha de la bronca” a alarido pelado. A capela, la radio sólo pasaba partidos de fútbol y folklore, en el mejor de los casos. A esa hora, eran los sermones de predicadores evangélicos.

De pronto, Alfredito Ruffo, que iba del lado de la ventanilla, grita “¡para, Álvaro, para! Hay alguien en el camino”. El joven Rojo frena de golpe y, efectivamente, vemos a una señora muy maltrecha parada al costado del camino. Estaba muy oscuro pero alcanzamos a ver que tenía la ropa manchada y se agarraba un costado. Después nos dimos cuenta de que se trataba de sangre.

La señora nos cuenta que iba de Aguilares a Famaillá con sus dos hijos de 7 y 9 años, que no sé por qué motivo salió de la 38 y que, por esquivar un carro cañero sin luces, había volcado a pocos metros del lugar. Sus hijos seguían en el auto, teníamos que ayudarla. Ella iba a caminar hasta la ruta, no estábamos tan lejos, para tratar de parar a alguien más.

Nos quedamos helados. Veníamos cantando “bronca porque se hacen moralistas y entran a corren a los artistas”, nuestra mayor preocupación era saber si la rubita de pantalón ajustado iba a ir a bailar el fin de semana siguiente y de golpe teníamos que hacer de socorristas. Con sangre de verdad.

Creo que si Alfredito no hubiera comenzado a tartamudear, como hacía cada vez que se ponía nervioso, todavía estábamos ahí parados en el camino de tierra, en el medio de los cañaverales. “Uy, qu… qu…. qué quilombo, ¿qu… qu… qué hacemos?”.

Al final subimos todos a la camioneta y doblamos por el camino vecinal, en realidad la salida de algún campo, que nos había indicado la mujer. Estábamos rodeados por un muro de caña de azúcar de los dos costados. A unos 50 metros había una rural Fálcon color naranja patas para arriba. Las luces delanteras todavía funcionaban.

Álvaro estacionó la F100 atrás, dejó las luces prendidas para poder ver algo y bajamos todos en silencio. Yo no quería ni mirar, tenía miedo de desmayarme de la impresión. En el interior, sobre el techo de la rural había dos chiquitos. Uno lloraba bajito y el otro se quejaba. Del dolor sería.

En el espacio del conductor, con medio cuerpo fuera del auto, estaba tirada la señora que habíamos encontrado en el camino.

Creo que pasamos varios minutos inmóviles. Me llamó la atención un ruido ululante. Hasta que me di cuenta que era Alfredito que se mordía el índice de la mano derecha sin poder despegar los ojos del cuerpo de la mujer.

“Uuuuuuuuuhhhh".

Sacamos a los dos chicos como pudimos, el Cabudo y yo nos cortamos con los vidrios, y los pusimos en la caja de la camioneta. El Wrangler recién comprado y las Pony caña alta azules con franjas blancas, comprados especialmente para ir a bailar, quedaron a la miseria. No sé por qué nadie tocó el cuerpo de la señora. Ni intentamos sacarlo. Creo que de alguna manera sabíamos que no tenía sentido.

Llegamos al hospital de Monteros cerca de las cinco de la mañana. Los chiquitos estaban bien, traumatismos menores. Álvaro fue en el patrullero Fálcon con los canas para indicarles el lugar del accidente. Nosotros fuimos a la comisaría frente a la plaza a hacer la denuncia. Cuando nos preguntaron cómo habíamos dado con el accidente, automáticamente dijimos que habíamos visto el auto cuando volvíamos de bailar de Concepción.

“¿Raro, no, en un camino como ese, en la oscuridad? ¿Seguro que no tuvieron nada que ver con el accidente, no? ¿No anduvieron tomando ustedes, no?”

El lunes antes de arriar la bandera, el profesor Acuña, el vicerrector, comentó la destacada actuación que habían tenido tres alumnos de la escuela (Álvaro era de la promoción anterior) durante un accidente en la ruta. El Cabudo y yo nos pavoneábamos con las heridas vendadas como si fuéramos veteranos de Malvinas. Otra página de gloria para el bachillerato físico-matemático.

Mi viejo siempre dijo que nos habíamos equivocado, que con la adrenalina por la situación nos pareció que se trataba de la misma persona. Yo al final le di la razón. No vaya a ser que me llevara a un psicólogo en Tucumán, como a Hugo Martiloti, que se la pasaba pegando mocos en los picaportes de su casa.

Pero la madre de los chicos murió en el accidente y en el auto no iba nadie más.

13 comments:

  1. Impresionante, Louis.

    YO (el enmascarado)

    ReplyDelete
  2. si no fueras vos el que lo escribe no me lo creo... pero a vos si te creo... además el detalle de "bronca" me pego...
    guau... y por qué te acordaste ahora?

    ReplyDelete
  3. Yo escuche esa historia otras veces, pensé que era un mito de algun tipo. Los accidentes feos de ruta son psicologicamente devastadores hasta para los que solo lo ven a la pasada. Yo cuando tenia 9 años estuve en uno bastante mas feo, una chica que viajaba en el mismo vehiculo que yo quedó despedazada, y yo tenía una hermana mayor que quedó muy mal y murió bastante tiempo despues. A mi me arreglaron bastante bien, pero el shock posttraumatico despues de haber visto eso es de por vida (no saben que bendición es quedar inconsciente en esos momentos, a mi por desgracia no me tocó). Tambien fue en una ruta rural. No pude evitar comentar, me toca muy cerca. Supongo que uno se pasa una buena parte del resto de su vida tratando de juntar los pedazos y entender, pero a mi me quedó bloqueada la mayor parte, ya practicamente no tengo memorias significativas de mi vida antes de los 20.

    ReplyDelete
  4. impresionante luis.

    ReplyDelete
  5. A un médico Catamarqueño le sucedió un hecho similar en proximidades de la localidad de Chumbicha.
    Impresionanate.

    ReplyDelete
  6. This comment has been removed by the author.

    ReplyDelete
  7. Hermosa la historia... pero y ahora... cuándo será el día que vuelva a dormir con la luz apagada yo?

    ReplyDelete
  8. Pido disculpas desde ya por la confusión. Esa historia es pura ficción.

    Ahora me doy cuenta que debería haberlo aclarado antes. Se trata de una de las tantas leyendas urbanas que dan vueltas por ahí. Me la contaron en esa época en esa zona y se me ocurrió escribirla en primera persona. El accidente y el episodio “sobrenatural” salen de la leyenda urbana, las circunstancias son de verdad.

    ReplyDelete
  9. Bueno... igual estuvo buena. Me atrapaste, muy bien contada.

    Un mate?

    ReplyDelete
  10. klausbert, encantado. Lo más interesante es que básicamente las mismas historias aparecen en otros países y culturas también. Por ejemplo, en el pueblo de EEUU donde vivía me juraban que había pasado también. Deben tener algo de universal.

    ReplyDelete
  11. El fenómeno relatado se denomina bilocación.Hoy se usa en fisica de partículas. Stephen Hawking lo explica en su libro "Historia del Tiempo"

    ReplyDelete
  12. ¡Pero qué sabe Stephen Hawking, por favor!

    ¿Acaso trabajó alguna vez en el Conicet?

    (Chiste, no te enojes)

    ReplyDelete

Note: Only a member of this blog may post a comment.