Mario Vargas Llosa sobre Damien Hirst y sus bicharracos en formol o la delgada línea que separa lo sublime de lo ridículo:
La verdad es que no hay que sorprenderse de lo ocurrido con Hirst y su operación especulativa en Sotheby s. El arte moderno es un gran carnaval en el que todo anda revuelto, el talento y la pillería, lo genuino y lo falso, los creadores y los payasos. Y -esto es lo más grave- no hay manera de discriminar, de separar la escoria vil del puro metal. Porque todos los patrones tradicionales, los cánones o tablas de valores que existían a partir de ciertos consensos estéticos, han ido siendo derribados por una beligerante vanguardia que, a la postre, ha sustituido aquello que consideraba añoso, académico, conformista, retrógrado y burgués por una amalgama confusa donde los extremos se equivalen: todo vale y nada vale. Y precisamente porque no hay ya denominadores comunes estéticos que permitan distinguir lo bello de lo feo, lo audaz de lo trillado, el producto auténtico del postizo, el éxito de un artista ya no depende de sus propios méritos artísticos, sino de factores tan ajenos al arte como sus aptitudes histriónicas y los escándalos y espectáculos que sea capaz de generar o de las manipulaciones mafiosas de galeristas, coleccionistas y marchands y la ingenuidad de un público extraviado y sometido.
Qué quieren que les diga. Me hace acordar a un jueguito que teníamos en la secundaria, siempre en la búsqueda del saber y la excelencia. Hacíamos circular por el aula una hoja de papel y todo el mundo tenía que escribir una línea de verso para formar una poesía. La idea era escribir algo sin leer lo que había puesto la persona anterior, sólo guardando la rima, que cambiaba cada dos versos.
Como se pueden imaginar, los resultados eran disparatados. A los más interesantes les poníamos títulos y hasta habíamos inventado un autor: Horacio Revenal. A uno de los compañeros más zafados se le ocurrió mostrarle una de las mejorcitas a la profesora de literatura. Quedó encantada y hasta la analizamos en clase. Me acuerdo del pánico para evitar las represalias si se enteraba del origen de la "obra".
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