Si no lo hicieron ya, no se pierdan a Marianito en La Nación de hoy:
A cada inmigrante de nuestro período de esplendor, el país le dijo dos cosas. Una, que nadie lo ayudaría en su esfuerzo. La otra, que nadie le quitaría lo que ganara con el sudor de su frente.
El inmenso esfuerzo individual de millones de argentinos se basó, en suma, en dos principios: el trabajo y el derecho de propiedad. Por eso "votaron con sus pies" tantos millones de extranjeros. No hubo en esa etapa incomparablemente creativa ningún "plan trabajar".
Es que el Estado nunca "crea" la riqueza. A lo más, la expropia a los particulares, que son sus únicos creadores. A esta invitación al esfuerzo personal, el Estado de antaño le agregó, eso sí, la absoluta prioridad de la educación.
Por eso se hizo carne entre los argentinos el dicho "mi hijo el doctor". Aún sabiendo que una vida de esfuerzo podría no alcanzar, los argentinos también supieron que sus hijos los superarían a través de la educación.
¿Qué pasa en cambio hoy? Que el Estado, habiéndose apropiado de recursos tan altos como nunca los ha tenido, ya no enfatiza el trabajo, el ahorro y la inversión sino el nuevo "mantra" que lo anima: el mantra de la distribución.
Pero el énfasis excluyente en la distribución está convirtiendo a millones de argentinos, sean obreros o empresarios, en mendicantes del Estado.
Es cierto. Pero es triste que Grondona tenga que explicar de manera didáctica cosas que para otros países son obvias.
ReplyDeleteFrancisco, es sinceramente deprimente. Yo creo que la verdadera anomalía en la historia argentina fue el período 1853 – 1930.
ReplyDeleteLas ganancias son privadas (mías), las pérdidas, colectivas (de los otros).
ReplyDeleteÉsa es la esencia de los sistemas corporativistas prebendarios como el argentino: las ganancias, gracias a mercados cautivos, son para mí (en la gran mayoría de los casos terminan depositadas o invertidas en el extranjero), las pérdidas son de los contribuyentes argentinos.
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