En teoría, en una república, en la que existe la igualdad ante la ley, el único partido que puede tomar un gobierno es por el orden jurídico.
En la práctica, cuanto más poder tiene un estado/gobierno, más librado queda al asalto de grupos de presión como sindicatos, grupos de lobby, ONGs y corporaciones de todo tipo.
El de Kirchner debe ser de los gobiernos que menos ha disimulado su toma de partido por un sector particular de la economía. Los anteriores por lo menos se preocupaban en disimular un poco.
El régimen kirchnerista no sólo se atribuye el derecho de elegir ganadores y perdedores sino que se jacta de ello. No están solos, los acompañan amplios sectores de la gran clase media progre nacional y popular, convencidos de que una de las funciones indelegables del estado y el camino al progreso pasa por sacarles a unos (a los demás) para darles a otros (a ellos mismos).
No nos engañemos. En el fondo, no se trata de otra cosa que de una forma de legalizar el robo.
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