Las reformas promercado que se llevaron a cabo en los 90, cuando estábamos mal y no teníamos dignidad, iban en el sentido contrario de lo que se debía hacer si la intención era la corrupción.
Las oportunidades de corrupción son directamente proporcionales a la discrecionalidad de los funcionarios. En un sistema en el que un funcionario de tercera línea maneja con absoluta arbitrariedad desde el tipo de cambio hasta el precio del champú anticaspa, pasando por el comercio exterior y la tasa de interés, las oportunidades de corrupción se multiplican exponencialmente.
La corrupción es inherente al populismo clientelista en lo político y al corporativismo prebendario en lo económico.
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