El progresismo es marxismo dosificado, administrado lentamente para que no se sienta su brutalidad.
En vez de acudir a la revolución violenta y la lucha de clases para implantar un gobierno centralista ultra poderoso, que controla todas las acciones del individuo coartando su libertad, aboga por el cambio gradual, sin revolución, destruyendo de a poco la constitución y los principios éticos de una nación, hasta convertirla en una dictadura.
Para acabar con la progresía, antes de que ella lo haga con nosotros, hay que luchar por la libertad individual; por la propiedad privada; por la justicia; por la libre empresa y la no injerencia del estado en los asuntos y negocios de las personas.
Los gobernantes deben someterse y rendirle cuentas al ciudadano. Hay que reducir la estructura estatal; bregar por leyes ecuánimes; la eliminación de los aranceles; la disminución de los impuestos; hay que exigir seguridad jurídica y física; no hay que permitir subsidios de ninguna clase; y no hay que dejar que se cambien las leyes a conveniencia de los gobernantes.
Para quienes están aturdidos en la nebulosa ideológica, la respuesta es simple: lo opuesto al progresismo es el capitalismo y la libertad.
Raquel Reznik
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