En el subcontinente, todo lo que tenga que ver con el progreso, con la modernidad, con intentar salir del círculo vicioso de la pobreza y del atraso, tiene gusto a transitorio, a tiempo de descuento, a vivir de prestado, sabiendo que en cualquier momento se vuelve a las mismas andadas de siempre:
El dato es muy grave. Demuestra que la estabilidad del país y su espléndido crecimiento económico de la última década, tanto bajo Alejandro Toledo como bajo Alan García, no ha servido para convencer a la inmensa mayoría de los peruanos de que el modelo de la democracia liberal, que es el de los treinta países más felices del planeta, es el que debe mantenerse firme y permanentemente si el país quiere encaminarse hacia el modo de convivencia que se observa en el primer mundo, como ha hecho el vecino Chile. La sociedad peruana no habrá llegado a ese nivel de maduro realismo hasta que los enemigos del mercado, de la libertad y de un genuino estado de derecho ocupen menos del 10% del electorado.
Es un tema de madurez. Todavía los compran con espejitos de colores, como hace 500 años.
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