Cuenta la Historia que el año 263 a. de C. un extraño y desconocido objeto fue contemplado por las calles estrechas de la ciudad de Roma. Deseosos de poder medir el tiempo con exactitud, los romanos habían traído desde Sicilia un reloj de sol. El artefacto causó el entusiasmo de patricios y plebeyos, de ciudadanos y esclavos, de hombres y mujeres. Por fin se iba a saber la hora del día con absoluta certeza e innegable precisión. Sin embargo, aquella dicha desbordante duró poco. Perplejos, los romanos no tardaron en percatarse de que aquel reloj no señalaba correctamente las horas. A decir verdad, parecía que disfrutaba en burlarse de ellos indicando una que siempre estaba equivocada. En su apresuramiento, en su irreflexión, en su despiste, los romanos no habían caído en el hecho de que el reloj de sol siciliano no podía funcionar correctamente en Roma porque estaba orientado en una latitud diferente. Lo que señalaba en Sicilia podía ser adecuado, pero aquella diferencia de latitud lo convertía en algo disparatado en Roma. Y lo peor no fue eso. Lo peor fue que los romanos necesitaron un siglo para darse cuenta del mal que les aquejaba.
Cualquier parecido con la situación argentina actual es pura coincidencia.
Ningún reloj de sol ha sido dañado en la realización del presente escrito.
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