Giovanni Domenico Tiepolo está considerado el mejor ejemplo de la transición del Rococó a la pintura del siglo XIX. Lo interesante de los dos cuadros de arriba es que son muy similares. El primero se titula Carnaval y el segundo Danza en el Campo. Como se puede apreciar, el joven Tiepolo era consecuente cuando una idea suya había funcionado y reiteraba los personajes y el escenario.
Pasa lo mismo en la actualidad donde hay muchos pintores que encuentran un motivo o tema que gusta y lo repiten. Casi parecería que pintasen en serie. Tiepolo es bastante más que eso.
Carnaval está en el Louvre y Danza en el campo en el Metropolitan de Nueva York
de la que zafó Mr. Masked por nacer en el S XX!! se ven los señores del blog bailando como ese señor de zapatitos colorados???
ReplyDeletejajajaja...
Dolores, me temo que no se ha fijado en la pechuga que ostenta la Srta. que baila con el Sr. de los zapatos rojos. Esa pechuga a los 20-25 años justifica bailar la Jota aragonesa, la Tarantela y hasta los bailes de Tahití.
ReplyDeleteDe soltero joven he tenido la cara de piedra y he bailado danzas polinesias con el Ballet de Tahití de visita en Abidjan.
Me sacó a bailar la primera bailarina del grupo ante el estupor (y la envidia) de mis colegas de mesa y tan mal no lo hice porque después me volvió a invitar a bailar con ella. (Sí, no tengo abuela, pero tengo fotos y testigos del hecho).
Me parece que ahí hubo cut$paste.
ReplyDeleteSi hubiera existido la pel{icula en el s. XVIII se diría que son dos fotogramas de la misma...
ReplyDeleteEn la musica es muy común eso. Cuantas obras de Bach son en realidad arreglos de otras de sus obras?(muchas, si consideramos que de 1/3 a 1/2 de la verdadera obra de Bach está perdida)
ReplyDeleteLo mismo hacían Händel, Telemann, Vivaldi... Y eso que no contamos el robo cruzado y el "préstamo" de obras.
saludos
TN
(Total, dijo Tiepolo, de acá a que se invente el Google yo la levanto con pala...)
ReplyDeleteMas allá de la avivada del artista, los cuadros de nobles danzantes (como la pintura sacra, que hemos comentado en otros posts) dicen más de lo que muestran. Y eran además una moda fascinante. Normalmente los del montón son personajes notorios de la corte, y la pose y la actitud en que los pintaba el artista daba a conocer picantes secretos de alcoba. Obviamente los que cortaban el queso (y pagaban el cuadro)aparecían radiantes, danzando en el centro de la escena...
Estos tipos si que se divertían con clase, y se deben estar riendo de nosotros en este mismo instante. Si creen que inventamos algo subiendo nuestros mejores perfiles al féisbuc y etiquetando a los salames del fondo, think again...
(Un humilde aporte de La Sonrisa de la Mona Chita para EOC.)
Danzas polinesias? Enmascarado, siga nomás despertando la envidia en sus congéneres y la curiosidad de las damas. No le va a alcanzar con la máscara -va a tener que acogerse al programa de protección a testigos.
ReplyDeleteBuena observación, Valeria.
ReplyDeleteTambién en el Renacimiento era habitual que el Maestro pintase el motivo central del cuadro y algún discípulo (o varios) se dedicasen a pintar el fondo de la escena o los personajes secundarios.
De ahí arrancan alguno de los despelotes para discernir si un cuadro es auténtico, es decir pintado por el artista, u obra de un discípulo talentoso.
Valeria, mi comentario anterior estaba dirigido a su comentario sobre Tiepolo.
ReplyDeleteLo de los bailes polinesios fue una sola vez en Abidjan cuando era joven, soltero y caradura.
El ballet nacional de Tahití daba un espectáculo en el Hotel Ivoire, que era donde me alojaba, armaron un escenario sobre la gran piscina y con mesas alrededor para comer y disfrutar del baile de las y los tahitianos.
Mucho movimiento cimbreante de caderas y brazos por parte de las chicas y los tipos se limitan a abrir y cerrar las piernas medio flexionadas moviendo los brazos de afuera hacia adentro sobre el pecho.
Después de 4 o 5 bailes, anunciaron Invitation à danser y las bailarinas bajaron y eligieron entre el público a varios tipos, entre ellos yo.
La inmensa mayoría del público eran franceses en luna de miel y los pobres gabachos estaban medio reprimidos por la presencia de sus mujeres y bailaban con mucha timidez a lo francesito.
Cuando me tocó a mí, que estaba con colegas de laburo jóvenes como yo y no conocía a nadie más, y la mina empezó a menear las caderas, me limité a imitar lo que había visto que hacían los varones tahitianos.
Es verdad que le agregué un toque latinoamericano al irme acercando hacia la bailarina hasta casi terminar inventando la lambada, pero eso fue fruto de mi entusiasmo juvenil y la sonrisa invitadora de ella.
Después de ese ejercicio ameno, el ballet tomó un descanso y, al regresar, luego de bailar cuatro o cinco danzas, nuevamente sacaron a bailar al público.
Ese fue mi momento de gloria porque me invitó a bailar la primera bailarina que se distinguía de las otras porque lucía una flor blanca en el pelo, mientras las demás la tenían en colorado y, obviamente, bailaba mejor.
Ante semejante honor, no me quedó más remedio que esforzarme haciendo
todo lo posible para pegotearme con la tahitiana sin perder el ritmo.
Fue muy divertido, yo tenía 22 años y nunca me había pasado algo parecido.
Lo bueno fue que mis amigos me filmaron y, años más tarde, mis hijos vieron la película y no podían creer que ÉSE fuese su padre en vez del tipo serio que conocían.