Apr 27, 2012

No sé a qué atribuirlo

Ya no debe quedar casi nadie que lo haya vivido en persona. A la mayoría de los argentinos se la contaron, lo leyeron o se lo imaginan.

Me refiero a las épocas de la Argentina de la modernidad, la que estaba entre los 10 - 15 primeros países del mundo por el nivel de desarrollo e ingresos.

¿De dónde sale el delirio de grandeza, las ínfulas de superioridad, el convencimiento absoluto de que el mundo les está en deuda eterna por el solo hecho de haber nacido en Argentina, de que hacen cola para envidiarlos y que los principales países del planeta organizan reuniones secretas para decidir cómo van a robarles sus riquezas?

4 comments:

  1. Estoy leyendo "Radiografía de La Pampa" de Martinez Estrada (Que por otra parte, en otro lado, se me reveló como un poeta interesante.). Después te cuento.

    Tiene partes interesantes.

    Creo que voy a ir posteando. En libro. En digital está en google o yahoo, pero no se puede copiar y pegar.

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    1. Cuente más, DF, me gustaría leerlo también.

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  2. COmentario de Don Freeman:

    Acá te dejo el link a google libros:

    http://books.google.com.ar/books?id=CWqVMK3sG1MC&printsec=frontcover&dq=radiograf%C3%ADa+de+la+pampa&hl=es&sa=X&ei=kFObT_HyKoym8QSHgZnmDg&ved=0CDcQ6AEwAA#v=onepage&q=radiograf%C3%ADa%20de%20la%20pampa&f=false

    Yo lo estoy leyendo en una edición paper book del año 65 que me conseguí en una librería "de viejo" en Recoleta. Una joyita.

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  3. (Comentario recuperado)

    Le cuento a una tía mía, octogenaria ya, del caso que escuché por radio de un argentino que perdió su celular en el subte de Tokio, que al darse cuenta seis estaciones después, desesperado porque ahí tenía todos sus contactos, preguntó y le dijeron que vuelva a donde lo había perdido: en el mismo asiento de estación donde había estado sentado, después de pasar un millón de personas por el lugar, ahí estaba su celular.

    -Bueno, acá era un poco así también- me respondió mi tía- Cuando yo tenía 15 años hice mi primer viaje sola en tren hasta Constitución, sería a finales de los ‘30, y me olvidé el paraguas en el asiento. Cuando me di cuenta fui a la Oficina de Objetos Perdidos y ahí me atendieron muy amablemente, me mostraron una fila de paraguas perdidos, algunos bastante más lindos que el mío, pero no lo encontré (podría haberme llevado cualquiera, pero una señorita ni nadie debía hacer eso, no se hacía y punto). Me dijeron que volviera dentro de un rato, después de que inspeccionaran los vagones. Yo me fui a hacer el trámite por el que había ido y volví dos horas después; me volvieron a mostrar la fila y ahora sí, apareció el mío. Sin más trámite que la palabra y la buena fe, me lo entregaron-

    Los trenes eran ingleses en esa época, antes de que los nacionalizaran.

    Hoy esas pequeñas anécdotas no sirven más que para un triste museo de una ética perdida, pero por eso mismo creo que son muy valiosas, y aunque lo parezcan, nada insignificantes. Son testimonios de una Argentina mejor, porque sus gentes eran mejores, y eso nos llevó a estar entre los mejores países del mundo.

    Gus VF

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