Cuando los bárbaros vienen marchando.

Es lo que tienen los bárbaros. Que acaban por llegar siempre. Basta con esperar y no hacer nada. Llegaron en 1933. En Centroeuropa. Y fue el inicio del incendio. Están llegando ahora. Y ni nos atrevemos a decirlo. Maldita historia, esta que se repite.

Un 7 por ciento del voto ciudadano no es mucho. Es muchísimo. Cuando el que lo recibe es, en la Europa de 2012, un partido nazi. No un partido populista o de extrema derecha. Ni siquiera un partido desvaídamente fascista. Un partido nazi: esta vez, el eufemismo «neo» queda fuera de sitio. 

 «¡Quienes traicionáis a la patria, temednos! ¡Estamos llegando!». Llegarán. Si se les deja. 

Algo que pasó ya. 1929. El crack, que es único precedente de esto en lo cual —casi como un calco— vivimos sumidos desde el otoño negro de 2008, cuando la recesión —que todos los economistas académicos sabían inminente y que todos los políticos se empecinaban en negar— llegó. Y, con ella, un pánico al cual no es hoy posible ni aun atisbar desenlace: la certeza de que no existía dinero en el mundo para tapar el agujero abierto —especialmente en Europa— por medio siglo de dispendio, medio siglo de gastar más de lo que se ingresaba. Como en el 29. Pero con cifras mayores.

La fractura crítica se ha producido en otro punto: el ascenso del FN de Le Pen. Que aspira a ser hegemónico en los duros años que vienen. De ahí su prioridad por liquidar a un Sarkozy que pudiera en el futuro disputarle la clientela. El objetivo del FN es ser la alternativa única a los socialistas. Parecía un delirio. Hasta el domingo pasado. A partir de ese día, es un problema. 

El mundo que conocimos ha muerto. Sobre qué vendrá luego, miente todo aquel que diga saber algo.

Temedlos. Están llegando. Por Gabriel Albiac. Artículo completo en ABC.