Los mitos revolucionarios desplegaron sus restallantes banderas sobre el vacío de una Europa tan huera como una nuez podrida, de una Europa improductiva que creyó poder vivir en la inercia opulenta de su ya desmoronada aristocracia. Medio siglo de gastar incomparablemente más de lo que se producía e ingresaba creó esa mágica convicción de que todo rodaba hacia el mejor de los mundos posibles. Pero alguien pagaba: siempre hay alguien que paga los despilfarros. Y esa ficción se financió mientras las lógicas de la Guerra Fría impusieron la conveniencia de alzar un deslumbrante escaparate de abundancia ante los ojos de quienes habitaban en el mugriento imperio soviético. Seguir financiando ese caro espectáculo, después del 89, carecía de sentido. Y, con el muro de Berlín, es el decorado escénico llamado Europa el que se desmorona como un azucarillo. Demasiado tarde ya, Mitterrand y Kohl buscan poner freno a la caída, crean el euro. Es una fuga hacia delante: de nuevo, rumbo al progreso prometido. Pero delante había nada.
May 17, 2012
Pero delante había nada.
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