Viene de acá:
No tengo edad para haber vivido esa época oscura, pero me he instruido por mis propios medios. Llegamos al punto en el que los milicos, todos, hasta el que preparaba los sánguches y jamás tuvo ni cerca una pistola, los encanaron de por vida por delitos de lesa humanidad. En algunos casos, con pruebas. En otros casos, valió como prueba que alguien (el actual canciller, quien en esos años tenía un diario que trabajaba para la milicocracia) brindara un testimonio diciendo que su padre (ya muerto) le había dicho que recordaba la voz de una persona implicada. ESO fue una prueba VÁLIDA.
Del otro lado, se impuso la idea que los atentados, secuestros y muertes fueron una especie de daño colateral de una lucha contra la opresión. Todos esos crímenes quedaron impunes. Pero aún, no hubo condena social a sus autores.
Pero hubo un tercer grupo de personas, los políticos, que por sus acciones y omisiones, y por esquivar sus obligaciones institucionales dieron luz verde a todo lo vivido. Ellos JAMÁS tuvieron huevos para hacer lo que debían hacer. Tal vez, de haberse puesto los pantalones largos y someter a juicio político a Isabelita, la historia hubiera sido diferente. Las ucronías no llevan a nada; eso no sucedió. Es reveladora la lectura de las actas de las sesiones parlamentarias en los aciagos días previos al golpe.
Pues, bien. Este grupo se llevó absolutamente todo de arriba. Nadie les cuestionó nada (aunque hayan firmado los decretos de aniquilación y demás yerbas). Algunos siguen dando vueltas por ahí con la boca llena de institucionalidad. Y pagados por Juan Pueblo. Mientras no desaparezca la hipocresía, esta historia no tiene fin.
Pero a mí, particularmente, me interesa más lo que vendrá que lo que pasó.
Les lavaron el mate a los pibes más jóvenes con estas cosas y los dejaron caer en un régimen igual, aunque más cínico e hipócrita, pero elegido en las urnas.
Y ahí vamos todos arrastrados.
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