Nunca voy a terminar de entender cómo es posible que al aguerrido y combativo movimiento feminista occidental no se le mueva un pelo ante la condición de las mujeres bajo el Islam:
En 1991, mientras esperaba en Dhahran la ofensiva norteamericana para liberar Kuwait, presencié un suceso curioso. Frente al mercado Al Shula había un vehículo militar con una soldado norteamericana al volante. En Arabia Saudí está prohibido que las mujeres conduzcan automóviles; así que una pareja de mutawas -especie de policía religiosa local- se detuvo a increpar a la conductora. Incluso uno de ellos le golpeó con una vara el brazo que, con la manga de camuflaje remangada, apoyaba en la ventanilla. Tras lo cual, la conductora -una sargento de marines de aspecto nórdico- bajó con mucha calma del coche y le rompió dos costillas al de la vara. Ésa fue la causa de que durante el resto de la guerra, a fin de evitar esa clase de incidentes, la mutawa fuese retirada de las calles de Dhahran. Pensé en eso el otro día, al enterarme de un nuevo asunto de chica con problemas por negarse a ir a clase sin el pañuelo islámico llamado hiyab. Y recuerdo la irritación inicial, instintiva, que sentí hacia ella. Mi íntimo malhumor cuando me cruzo en la calle con una mujer cubierta con velo, o cuando oigo a una joven musulmana afirmar que se cubre la cabeza en ejercicio de su libertad personal. Cómo no se dan cuenta, me digo.
(Gracias, Martín R.)
Yo mujer, infante de marina, le rompo cuatro costillas, el tabique nasal, la mandíbula y le hago huevos revueltos al rodillazo.
ReplyDeleteEsta gente da asco. Pero mucho más asco da la blandura occidental que nos está entregando a la turba y el traidor Obamba.