JUEVES 29 de abril de 2004
Argentina / Maradona
Por Carlos Malamud
A fines de 2000 Diego Armando Maradona publicó sus memorias con el expresivo título de Yo soy el Diego de la Gente. En ellas, Maradona dejaba claramente expresada su particular visión del mundo y su peculiar relación con su país.
En muy poco tiempo, Maradona se había convertido en uno de los mayores ídolos de la Argentina. El par Argentina-Maradona funcionaba aceitadamente y, en alguna medida, uno se reflejaba en el otro. El ídolo Maradona expresaba claramente el sentir de muchos argentinos que lo habían adoptado como símbolo y como bandera.
En estos días, cuando su ya resentida salud lo situó al lado de la muerte, numerosos seguidores se concentraban día a día montando guardia en la puerta del hospital donde estaba ingresado para velar por él. Algunos habían tenido que viajar más de mil kilómetros, desde Mendoza por ejemplo, para poder hacerlo.
Salvando las distancias, y en tanto altar popular y laico, los aledaños del hospital se habían convertido en una suerte de la madrileña estación de Atocha después del 11-M. Los fans de Maradona, desplazados a la Clínica Suizo Argentina, portaban la bandera argentina o estaban ataviados con las camisetas de la Selección nacional o del Boca Juniors.
Maradona dedica Yo soy el Diego de la Gente a mucha gente. Pero, en un segundo bloque, inmediatamente después de mencionar a sus hijas y a su familia, menciona “A Fidel Castro y, por él, a todo el pueblo cubano” y “A Carlos Menem”. Ahí están Castro el revolucionario y Menem el corrupto. No tiene nada que ver que ambos personajes estén en las antípodas, porque ambos reflejan el mismo espejo deformado en que se miran muchos argentinos.
Maradona dedica su libro a Menem porque lo “ayudó mucho a cambio de nada”. Entonces, los argentinos todavía querían a Menem, y lo votaban. Hoy han decidido darle la espalda al sentirse traicionados por él, a tal punto que el actual presidente, Néstor Kirchner, pretende hacer tabla rasa de la década de 1990.
Menciona a Castro porque es un personaje extraordinario (“una bestia”), que “sabe de todo, y tiene una convicción que te permite entender, viéndolo nomás, cómo hizo lo que hizo con diez soldados y tres fusiles... Uno puede estar en desacuerdo por algunas cosas con él, pero, por favor, ¡déjenlo trabajar en paz! Me gustaría ver a Cuba sin bloqueo, a ver qué pasa”.
Para Maradona, como para muchos argentinos, y pese a todo lo que ha vivido el país en las últimas décadas, el nacionalismo, el antiimperialismo y el populismo siguen teniendo una gran influencia en su ideología, en eso que se ha dado en llamar “el imaginario colectivo”.
Ese vivir fuera de la realidad de Maradona es similar al de miles de sus compatriotas. Maradona era un “pibe de barrio”, un crío que logró emerger de la pobreza y ascender a las cotas más altas. La Argentina, cuando nació como país, también era pobre, pero también gracias a su esfuerzo pudo constituirse en poco tiempo en el principal referente de América latina. Y no sólo por su riqueza, sino también por contar con una elite intelectual sumamente avanzada.
Sin embargo, uno y otra, tras probar ciertas drogas, cayeron dramáticamente desde las alturas. Maradona no pudo con la cocaína; la Argentina fue incapaz de lidiar con el populismo, que en aquellas latitudes todavía se sigue llamando peronismo.
Para Maradona, como para sus compatriotas, ser argentino es todo un orgullo, incluso por encima de los Estados Unidos, el gran coloso del mundo.
Pero ser argentino no sólo es motivo de orgullo sino también una colosal tarea, como ocurrió en la Guerra de las Malvinas, en 1982, o en el Mundial de Fútbol de 1986, cuando quedó claro “que éramos nosotros contra el mundo”.
La imagen de Maradona contra el mundo es equivalente a la de la Argentina contra el mundo, una idea fuertemente presente en la ideología argentina. Los Estados Unidos, Inglaterra, el Fondo Monetario, todos roban y están contra el país y la Argentina, como su Selección nacional o el propio Maradona, son constantemente perseguidos y traicionados. Por eso, según esta manera de pensar, la Argentina es lo que es no por el esfuerzo de sus habitantes sino por la acción de todos aquellos empeñados en que no pueda crecer y prosperar.
La historia de Maradona es la del “pibe de barrio” que triunfa y se convierte en una estrella, pero que, al mismo tiempo, no sabe cómo manejar la fama y la riqueza. En su deseo de agradar a todo el mundo y ser querido se convierte en un transgresor permanente, lo que lo lleva a descargar en otros, o en el ambiente, la responsabilidad de buena parte de sus actos, su única manera de justificar su vida.
Por eso vemos a Maradona contra todos, al rebelde con causa, al Diego de la gente, a quien sólo el pueblo entiende y es capaz de dar sentido a su vida. Pero si Maradona, en su carrera suicida hacia no se sabe dónde, puede darse el lujo de no madurar, el pueblo argentino no puede, no debe, ir por ese camino.
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