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El gobierno y el equívoco de ser oposición
May-21-04 -
por Hugo Martini
Un año después de haber asumido el Presidente Kirchner la Argentina muestra una característica novedosa en los veinte años de democracia: la ausencia de una clara y diferenciada oposición. En realidad existen dos elementos que han provocado este fenómeno. Por un lado, es la primera vez en 20 años que un Presidente no tiene el control real de su propio partido en los doce meses iniciales de gobierno y, al mismo tiempo, este partido opera de hecho como la oposición, con el control de las dos Cámaras del Congreso y la mayoría de los gobiernos de provincia. Por el otro, el gobierno no gestiona sino que protesta y demanda, como si fuera la oposición.
Este último dato es probablemente la clave para entender por qué no existe, hoy, una oposición en el sentido tradicional. El gobierno desarrolla, en sentido contrario, el llamado "teorema de Baglini" que dice que los actos y las declaraciones de los dirigentes aumentan su nivel de cautela y responsabilidad a medida que se acercan a la posibilidad de estar en el gobierno.
En efecto, este gobierno actúa como la oposición: plantea sus demandas contra parte de la sociedad –donde estaría el gobierno real- integrada por la corporación de los partidos políticos a quienes no consulta, las Fuerzas Armadas y de seguridad, la Iglesia, las empresas privatizadas, los organismos internacionales de crédito y el capital extranjero. A esto se suman otras demandas: la mención directa y el ataque a la insensibilidad de los gobiernos anteriores que no habrían realizado ningún esfuerzo para juzgar la violación de los derechos humanos y el incremento en los altos índices de inseguridad que sería la consecuencia de la corrupción de la vida política en la provincia de Buenos Aires.
Cuando la oposición no formula propuestas para resolver los problemas de la sociedad se transforma, sin remedio, en un acto de diversión perpetua y sin riesgos. Existen dirigentes políticos, en la Argentina y en cualquier otro país, cuya única actividad consiste en formular críticas sin propuestas frente a diversas circunstancias. Expresan constantemente la insatisfacción de la opinión pública frente a las demandas sociales incumplidas pero, como las demandas son infinitas -y muchas veces razonables- la posición más cómoda es desarrollar el negocio inagotable de la crítica. Ninguno de estos dirigentes probablemente llegue a gobernar, pero la pregunta es: ¿qué ocurre cuando esta posición se adopta desde el gobierno?
En los próximos doce meses, el gobierno deberá mostrar su capacidad de gobernar, no de oponerse. Se necesita gestión propia, no simple crítica a lo que hicieron los demás, en áreas tan sensibles como la seguridad, la crisis energética, la deuda externa, el incipiente rebrote de la inflación, la desocupación, la indigencia y la demanda por mejores salarios. Pero gobernar es, también, bajar hacia la sociedad un mensaje de concordia que asegure la paz interior. El último 1 de marzo empezó una cuenta distinta en la cual el gobierno deberá abandonar la protesta y el enojo, mientras la oposición –no sólo el Partido Justicialista- tendrá que formular propuestas concretas si quiere gobernar en el futuro.
Nadie le pide al gobierno que cambie sus ideas, pero debe admitir que fue elegido para gobernar no para ocupar el lugar de la oposición. No necesita producir ninguna prueba adicional para demostrar que tiene en sus manos el gobierno. Al mismo tiempo, debe comprender que la sociedad mira perpleja su aguerrido mensaje opositor. Los enemigos no son de carne y hueso sino que están corporizados en los problemas objetivos que genera la falta de inversión, empleo y transparencia que el gobierno todavía se niega a enfrentar.
*Diputado Nacional (Recrear) - Interbloque Federal
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